A cien años de nuestra revolución, los mexicanos nos encontramos sumidos en una profunda crisis económica, política y social, producida según explican los que saben, por el vaivén de los mercados mundiales, incluyendo el negro por supuesto.
Sin embargo, si reflexionamos sobre cómo el resto de los países del mundo recibieron estas coyunturas encontraremos historias de éxito y comunidades que están saliendo adelante en forma mucho más acelerada que nosotros.
¿Por qué tenemos la percepción de que nos está costando demasiado avanzar?
Quizás porque no solo es percepción, sino la realidad misma. Estamos entrampados en medio de estrategias gubernamentales de muy alto costo, colocadas en la agenda del país como asuntos prioritarios y, no obstante ello, considero que existen otros asuntos de índole nacional que demandan una atención igual o más intensa de parte de los gobiernos del país.
Un país cuya mitad de sus habitantes viven en la pobreza, requiere políticas públicas dirigidas y enfocadas a combatirla, por encima de cualquier otro tema, es decir, en forma prioritaria. La polarización de nuestras comunidades cada vez se incentiva más y con ello la desigualdad social se hace manifiesta.
La prevención de los delitos debe ser mucho más efectiva y buscada a través del fomento y la creación de nuevos empleos y mejor pagados, es ahí a donde debe irse la mayor cantidad de recursos de nuestros presupuestos públicos. Se estima que pasarán muchos años para revertir los índices de criminalidad en el país y sin embargo podemos acelerar esa transformación social incentivando la educación y promoviendo la cultura, como temas centrales de nuestras agendas de gobierno.
Efectivamente deben combatirse los delitos, debe trabajarse para fortalecer a las instituciones públicas y al Estado mismo; pero ése no debe ser el único objetivo del gobierno. Un estadista debe mostrar equilibrios en el ejercicio del poder y no mostrarse como un excelente procurador de justicia.
La ciencia y la tecnología deben ser materias de amplia promoción en nuestras universidades y en nuestras escuelas técnicas de bachilleratos, por encima de las humanidades que hoy tienen la mayor demanda de nuestros estudiantes. Para ello, debemos promover la reasignación de recursos públicos para esos efectos, pues históricamente hoy son los menores de la historia.
Álvaro Obregón fue Presidente de la República en 1920, y le permitió a José Vasconcelos implementar un proyecto educativo innovador y necesario en un país que contaba con más del ochenta por ciento de sus habitantes sin saber leer ni escribir. Se ejerció un presupuesto inédito para el tema educativo y se recuperó la institución rectora de esa materia.
Hoy, la falta de continuidad de aquellas políticas visionarias de educar y transformar a nuestro pueblo, nos hacen ver lento el progreso.
Debemos comprar libros no armas.
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