En el futbol los analistas son futurólogos, y sus predicciones no son más válidas y certeras que las de los videntes, que pueden anticipar catástrofes observando el curso de los astros.
Si militaron en el balompié de paga, con grandes voces describen jugadas y con sabiduría pedagógica, hablan como doctos en la materia, porque fueron profesionales, pasaron por un vestidor y estuvieron ahí, sufriendo y llorando como verdaderos jugadores que saben lo que es la agonía de la derrota y el éxtasis del triunfo.
Los demás comentaristas, con algunos cursos, observación y experiencia pueden opinar sobre prácticamente cualquier aspecto del juego. Todos dan veredictos y juegan a ser Descartes, asociando acontecimientos de ahora para predecir el mañana, con su determinismo histórico de bolsillo.
Desafortunadamente, en el futbol nada se puede anticipar.
Los que tienen por vocación hacer comentarios previos, hacen lo mismo que el que ve el futuro con lectura de caracoles.
Los periodistas que se dicen analizadores del futbol parecen no darse cuenta que tienen mucho de supersticiosos, que por más frío que pretendan incluir a sus comentarios, jamás alcanzarán el cero absoluto, porque son personas, entes pasionales, que se angustian ante la imposibilidad de poder asomarse por la ventana del día de hoy para ver el de mañana.
Para liberarse de la incertidumbre, fantasean con un pronóstico, y se vacunan de ingenuidad despojándose de optimismo. Al equipo este le fallará aquello. Por la banda derecha entrarán en tropel los enemigos y se incrustarán en repetidas ocasiones en la meta. Muchos de ellos, para verse severos, seguros y precisos en sus juicios, optan por irse al otro extremo y etiquetan con presagios infaustos el sino de la escuadra que dicen analizar.
Todos los doctos conocedores del futbol que opinan en televisión y descargan tinta en los periódicos, fallaron terriblemente en el pasado juego de México ante Estados Unidos en la Copa Oro 09. La goleada de 5-0 del Tri fue un fenómeno perfectamente explicable, pero imposible de anticipar, como lo es prácticamente todo en este deporte.
Cierto, fue una selección B gringa contra una C azteca. Ninguno presentó a su mejor elenco. La romana estaba nivelada y ganó el mejor en la cancha. Punto para México. La Copa famosa tiene un mero valor sentimental, equivalente a un torneo de barrios ganado entre los equipos de Concacaf.
Ahora viene el siguiente duelo, el que se dice que es el verdadero, el 12 de agosto en el Estadio Azteca.
México se medirá, en su verdadera estatura con el equipo de barras y estrellas. Los dos equipos llegarán con todas sus estrellas a la cita clasificatoria para el mundial de Sudáfrica 2010.
Pero igual que antes, ahora, ante la zozobra natural de una importante espera, los comentaristas de los dos lados de la porosa frontera mexico-norteamericana emplearán horas y horas tratando de develar los misterios de un futuro inexpugnable
Y esos que se dicen científicos del balón, sociólogos futboleros que en el set de televisión decretan derrotas y triunfos, cacofonistas que calientan a la fanaticada ardiendo en deseos en los días previos a la confrontación, olvidarán todo lo que dijeron si el resultados los contradice. O, también, si los favorece.
En el periodismo deportivo –como en el periodismo en general– la alusión es extremadamente volátil, y el comentario del especialista, perecedero. Lo que se dice lo olvidan quienes lo dijeron y quienes lo escucharon. El archivo de mentiras y falsedades en televisión es un mar de profundidades tenebrosas en el que, por lo general, nadie quiere navegar.
Lo que importa es el ahora, lo que determinó un resultado, la emoción que nos hace sentir vivos, en el presente, el alivio de esa ansiedad que provocaba lo desconocido. No importa si se habla de una hecatombe o de una hazaña descomunal. Lo que interesa es el presente.
Me divertiré por estos días viendo a los especialistas del futbol declararse hombres de ciencia apegados a las estadísticas y al realismo científico de Mario Bunge, sin saber que enseñan su verdadera cara de seguidores del espiritismo, la cartomancia y demás creencias asociadas con el ocultismo, cuando buscan desentrañar el misterio del futuro a través de meras declaraciones y vaticinios basados únicamente en sus corazonadas.
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