Este lunes, mientras estaba haciendo otra cosa, escucho en TV una firme declaración del diputado federal panista Hernán Salinas acusando al gobierno federal del ya legendario apagón y la escasez de gas. Decía que la verdadera razón de esa crisis fue que el gobierno mexicano no quiso pagar el costo que exigían las empresas texanas. Me llamó la atención el tono seguro y contundente de su voz, tanto que suspendí mis haceres matutinos para verlo. ¡Magnífico! En ningún momento lo vi ni lo oí vacilante. Expresó la certeza absoluta de sus dichos con precisión matemática. ¿Quién podría poner en duda sus palabras? Casi lanzo un suspiro de alivio y agradecimiento eterno al oír su advertencia de que luchará desde su curul para tumbar la reforma energética que propone el Poder Ejecutivo federal y que, como desde siempre y siempre se ha hecho, podría imponerse por oscuras razones económicas y por claras complicidades entre partidos políticos.
Me indigné mucho. ¿Cómo es posible que por la avaricia del gobierno mexicano haya pasado todo esto? Arteramente nos afectó a nosotros, pobres norestenses, abnegados patricios del empresariado nacional, filántropos del abúlico sur. El perverso gobierno de la 4T también causó una crisis más grave y durante más tiempo al vecino estado de Texas. Hubiera sido tan fácil y humano aceptar pagar el precio que fuera por la molécula de gas. Si creemos al legislador Salinas, con un “sí”, y una transacción electrónica, las estaciones de bombeo de gas en Texas hubieran olvidado sus caprichosas fallas por el frío y hubieran funcionado de inmediato; los sistemas de generación alternativos se hubieran descongelado de pura felicidad; el gobernador texano, loco de júbilo, hubiera decretado no el embargo de gas sino el adelanto de la primavera… ¡hasta globos coloridos y zepelines festivos hubieran llenado con gas natural! Es más, las refinerías gringas Motiva Enterprises, Marathon Petroleum Corp, Exxon Mobil Corp y Beaumont, hubieran gritado de cálida alegría y operado al doble de su capacidad en lugar de paralizarse ante la antártica avaricia de la 4T. ¡Sí! Necesitamos comprar mucho gas al “gabacho”, así sea carísimo, y guardarlo hasta en botellas de refresco en la alacena.
Todavía estaba rumiando mi decepción contra nuestro ruin, miserable y egoísta gobierno mexicano cuando, minutos después, veo al líder estatal del PRI, Rodrig…, ¡no!, perdón, Heriberto Treviño, dar un testimonio tan contundente como el de Salinas, pero esta vez sobre el nostálgico pueblo de Nuevo León que por doquier declara su deseo de que termine esta pesadilla social y regresen los gobiernos priistas. Aquí sí no pude contenerme y salté hacia la ventana, a ver cuántos cientos de esos nostálgicos llenaban mi calle con lamentos tricolores. Pero no, si acaso vi a un señor que afila cuchillos y tijeras, y una gata ladina que asecha a las palomas.
Confieso que empecé a sospechar algo, pero todavía me tragué mis pastillas contra la hipertensión junto con otras declaraciones variopintas, de incuestionable probidad, de personajes como Samuel García, Carlos de la Fuente, Francisco Cienfuegos, Luis Donaldo Colosio, Mauro Guerra, y demás fauna y flora política local. Honestamente me sentí como si estuviera en un gallinero junto en el momento cuando todas las gallinas acabaran de poner su huevo. Muchos huevos pero, para efectos prácticos, todos son el mismo huevo.
Pero cuando leí que la Fiscalía electoral del estado convocó y convenció a PAN, PRI y PRD de firmar un pacto de civilidad para evitar la “guerra sucia”, ya no tuve dudas. ¡Actuaciones magistrales! ¡Puro teatro! ¿Pacto de caballeros u honor entre bandidos? ¿Comprometerse a respetar la ley y la ética? ¿Es eso necesario? No, claro que no. Entre gente decente eso no es necesario porque se entiende que es una obligación adquirida para poder vivir en sociedad. Sólo quienes se portan mal dicen: “No lo vuelvo a hacer”. Aquí no hay más que un efecto dramático. El fiscal electoral Gilberto de Hoyos Koloffon descolgado en escena con poleas como un “Deus ex machina”.
Uniendo los hilos de este telar de patrañas, entiendo mejor aquel viejo video “filtrado” en el que una actriz, a la que no menciono porque admiro (como actriz), aleccionaba al candidato Rodrigo Medina sobre actuación práctica. ¡Teatro! Ni Hernán, ni Heriberto, ni Samuel, ni Luis Donaldo, ni Paco, ni algún otro de los antes mencionados, tiene demasiada o alguna convicción en lo que dice. Nos regalan, eso sí, extraordinarias representaciones teatrales concebidas por anónimos dramaturgos. Hay objetivos notorios en lo general: favorecer los intereses de mafias, grupos, partidos, empresarios y gremios. Pero al respetable público sólo se le ofrece la función dramática y la exclusión total de la trama. No se dan elementos para formar criterios, se dan respuestas de opción múltiple. “¿Con quién te vas? ¿Con melón o con sandía?” Se puede opinar sobre las opiniones, pero no tener una propia.
Por supuesto, la función no es gratuita. Eso sí, es una taquilla generosa, porque por ahora se nos permite pagar después, frente a las urnas electorales y a través del voto. Y en abonos además, porque una vez pasadas las elecciones seguiremos pagando con mansedumbre y obediencia, en efectivo, a todos estos primerísimos actores laureados y encumbrados en un cargo público.
“Hypokrites”, les llamaban los griegos a los actores (“hipócritas, en buen castellano”). Lo que comprobaría la maravillosa resurrección del teatro clásico en la siempre innovadora política mexicana. ¡Aplauso de pie!