Imagina ver al cielo y no encontrar estrellas, saber que el sol nunca más alumbrará, encontrar vacío el sitio que ocupó el mar, descubrir que a tu corazón le falta un pedazo, admitir que no habrá río capaz de saciar la sed de tu alma o sentir cómo te sepulta una avalancha de preguntas.
Piensa en ello y quizá te acerques un poco, sólo un poco, a la experiencia de quien vive el duelo por suicidio.
Me hablo así en las primeras horas del 10 de septiembre, Día Mundial de la Prevención del Suicidio, fecha en la cual este tema se pone temporalmente de moda, pero que debería dar pie a la atención permanente de un problema de salud pública y de profundas raíces éticas y morales.
No soy sobreviviente de la decisión de un familiar para terminar con su vida, pero, irremediablemente, me envuelve la naturaleza común a todos los de mi especie.
Durante casi toda mi vida sostuve que el suicidio era expresión superior de la libertad del ser humano y símbolo de su victoria final sobre el destino que no le pide autorización.
Desde aquel señalamiento hacia mi persona acusada de tener una opinión dinámica, en otras palabras, esa vez que una dama me reclamó, acre y justificadamente, por reconsiderar mis intenciones de boda, entendí que posturas constantes sólo son posibles en circunstancias constantes.
Tras empaparme con ideas distintas que me llevaron a reconocer en el potencial suicida a un semejante deseoso de abandonar el sufrimiento, no la vida, cambié mi posición sobre la auto aniquilación, cuestionándome si puede ser libre la persona que sólo tiene esa disyuntiva o si es posible que haya ansia de triunfo en la decisión de dejar de respirar.
De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud, anualmente más de 703 mil personas en el mundo se quitan la vida, lo que se traduce en un suicidio cada 40 segundos.
Datos de la Organización Mundial de la Salud, citados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), a propósito del Día Mundial de la Prevención del Suicidio, indican que en México han aumentado las muertes por esta causa.
Mientras que durante el año 2017 en el país la tasa de suicidio fue de 5.3 por cada 100 mil habitantes, equivalente a 6 mil 494 casos, este indicador ascendió en 2022 a 6.3, sumando 8 mil 123 decesos, es decir, mil 629 más con relación a los ocurridos cinco años antes.
Si bien estas cifras contribuyen a dimensionar este problema, presentan una limitación crucial: son incapaces de reflejar la carga de dolor y desesperanza de miles de personas, tan pesada que optan por causarse la muerte antes de seguir sufriendo. Estupidez crasa sería intentar siquiera enjuiciar a una persona sin soportar el mismo peso que ella carga.
El suicidio no involucra únicamente a quien lo realiza, pues cada caso llega a impactar hasta 135 personas que conocieron a la víctima, de las cuales 25 podrán desarrollar ideas suicidas y seis intentarán suicidarse.
“Los niños o adolescentes que son expuestos a la conducta suicida de alguno de los padres o hermanos, poseen un riesgo cuatro veces mayor de llevar a cabo un intento de suicidio o intentos múltiples, sobre todo a edades tempranas”, advierte la Dra. Faryde Lara en su artículo “Factores de Riesgo, Desencadenantes y Protectores de la Conducta Suicida”.
La autora cita en esa publicación el estudio de Mittendorfer-Rutz y colaboradores, el cual demostró que entre los factores de riesgo que dan lugar a los intentos de suicidio de los jóvenes, está su historia familiar, precisamente, de intentos de suicidio.
De acuerdo con esa fuente, una persona tiene 3.4 más probabilidades de suicidarse cuando el intento de suicidio fue de algún hermano, 2.7 más cuando fue de la madre y 1.9 más cuando fue del padre.
El duelo o la reacción física y emocional causada por una pérdida, suele ser especialmente doloroso en el caso del suicidio.
A la búsqueda de explicaciones que nunca llegarán y la culpa por no haber entendido ni las advertencias ni el llamado de auxilio del ser querido, se añaden sectores de la sociedad que estigmatizan al suicida y su familia, o religiones que dicen representar a una divinidad perfecta, pero que castiga a los humanos imperfectos.
Ignorar el sufrimiento tal vez sería lo único que merecería ser estigmatizado.
El suicidio puede ser prevenible. Encuentre ayuda en: www.sakfundacion.org, www.humind.care o www.queseescuchefuertemigrito.org
riverayasociados@hotmail.com