Definición simplista de la vida es considerarla como la sucesión de imprevistos que dentro de un suspiro se anhela sea eterna.
Ejemplo de ello, igualmente simple, salta desde mi memoria a la pantalla de la computadora el recuerdo de un diplomado sobre víctimas de violaciones de derechos humanos y desastres, cuando fui sorprendido por la rudeza de un catedrático que cuestionó mi buena fe.
Al referirme en clase a los migrantes como “hermanos”, en un contexto eminentemente humanista, el maestro reaccionó airadamente diciendo que mi expresión presentaba una posición de lástima o conmiseración, que ubicaba a esas personas en un supuesto nivel inferior al mío. Juro, nuevamente, que decirle a alguien “hermano” resulta para mí manifestación superior de respeto, empatía e inclusión.
Aclaro esto porque amanecí con ganas de intentar el acomodo de letras con un grado de dificultad superior, tornando el intento sencillo de una prospectiva con base en las circunstancias del México actual, en un mensaje optimista dirigido a dos seres humanos a los que orgullosamente llamo “hijos”, sin que estrictamente lo sean, situación similar a la de los migrantes con quienes no comparto la misma sangre.
A Emilia y Ángel los considero mis hijos porque son motivos superiores de vida y compromiso para sumar esfuerzos orientados hacia su bienestar. En el caso de ambos, lo incontrovertible de lo biológico resulta insustancial ante la fuerza de lo afectivo.
Congruente con la intención de compartir algo que me exigiera más trabajo, decidí hacer a un lado presagios tan sencillos como los relacionados con un país cuyo gobierno pareció asegurar la lealtad de las Fuerzas Armadas borrando parte de la historia del siglo XX, cediéndoles espacios que años de lucha habían rescatado para los civiles. Por la misma razón evité abordar asuntos vinculados con la ausencia de una estrategia nacional para solucionar, en serio, el creciente problema de gobernabilidad y sus rasgos de guerrilla no admitidos.
Asimismo, no resultaría difícil adelantar el desenlace de una elección de Estado, en la cual la oposición tendría a su mejor candidata asociada con los antecedentes de fracaso y traición de las franquicias o partidos que representaría en los comicios del 2024.
Menos complicado aún sería observar que la simulación de procesos para escoger a supuestos defensores de franquicias políticas es incapaz de ocultar el adelanto de las precampañas presidenciales fuera de los términos de la ley, y que en la selección de sus candidatos resulta más fácil todavía atestiguar cómo hay algunos que demuestran que sobre las expectativas razonables de triunfo están los intereses personales, verbigracia el ex gobernador tamaulipeco Francisco Javier Cabeza de Vaca y el actual mandatario nuevoleonés Samuel García.
Opto entonces esta mañana, una vez más sin agua en la llave y con la conciencia desconcertada por la realidad vivida y mentira que la rodea, por compartir un mensaje para mis hijos, producto de mi optimismo forzado con relación al futuro.
Pero antes, a propósito de esa presunta videncia, la memoria me vomita un nuevo recuerdo y conduce al tiempo cuando cubrí para un periódico nuevoleonés la detención de Arturo “El Negro” Durazo, quien durante el sexenio de José López Portillo fue el jefe de la policía capitalina.
Conté en ese tiempo con la paciencia del juez de la causa, a quien mi obstinación para conocer los escenarios que esperaban a Durazo sólo logró desesperarlo en algunas ocasiones.
“No soy pitoniso”, respondía con disciplina a mis continuas especulaciones en búsqueda de la nota. A tal grado llegó esa interacción, que una vez me salió —diría del alma, si la tuviera— autocorregirme cuando, nuevamente, cuestioné al juez acerca de posibles desenlaces: “Perdón, ya sé, usted no es pitoniso…”, pero luego regresaron las interrogantes que pusieron a prueba la paciencia franciscana del impartidor de justicia, al igual que las ansias del preguntón para adelantarse al futuro.
Aclaradas ya por la historia las referencias al parentesco y visión de futuro, sólo quiero dejar constancia aquí para Emilia y Ángel que ni el panorama más obscuro será eterno ni ajeno a la decisión de los seres humanos para transformarlo mediante la ciencia y la aceptación de la naturaleza que a todos hace iguales.
¿Romanticismo puro, hijos? Quizá también enseñanza de los recuerdos de una vida olvidable.
riverayasociados@hotmail.com