Sin duda las niñas y mujeres neoleonesas merecen vivir en una sociedad más justa, donde independientemente de la vestimenta que usen, de si salen de día o de noche, si se embriaga o no, si es profesora, estudiante, ingeniera o sexoservidora, no corran ningún riesgo en su integridad física y mucho menos, que no sean asesinadas, porque ninguna mujer merece vivir en un ambiente de inseguridad y de violencia constante, como el que prevalece actualmente.
Si Debanhi hubiese estado en la madrugada en una carretera solitaria en Suecia, Canadá o Alemania, no estaría muerta. La violencia contra las mujeres no es privativa de Nuevo León o de México, es un problema general, pero a diferencia de otros países desarrollados, el número de femincidios es mínimo, quizás tres o cuatro al año, mientras que en Nuevo León llevamos 17 en lo que va del presente año, y en el país se asesinan en promedio a 11 mujeres al día.
Si a esta tragedia social se añade el morbo y la desinformación que algunos medios llevan a cabo, el resultado es una revictimización de las mujeres desaparecidas y asesinadas.
Tampoco las autoridades investigadoras deben informar de manera detallada de los avances de la investigación y de los elementos que encuentran en la escena del crimen, porque pueden obstruir la aplicación de la justicia, al alertar a los culpables de feminicidio de que la investigación ya está avanzada, por lo que estos criminales pueden exiliarse, para evitar su detención y posterior condena judicial.
Debanhi, Yolanda, Fernanda y las demás desaparecidas de Nuevo León nos hacen ver que, como sociedad, nos falta mucho para considerarnos como una sociedad de avanzada o progresista, porque mientras tengamos una niña o mujer violentada, seguiremos siendo como “neandertales” modernos.