Instaurados en 1994 en la incipiente democracia mexicana, los debates de candidatos presidenciales han sido, a ratos, un buen ejercicio de información para los potenciales, electores, pero en otros, sólo han servido para escenificar guerras de lodo entre los participantes y demostrar el talante de quienes pretende gobernar a México.
Y claro está, no siempre el que “gana” el debate es quien llega a la Presidencia, y ni remotamente permite anticipar cómo será el gobierno y cómo le irá al país en lo económico, social, la seguridad pública, salud y educación, debido a que los debatientes sólo esbozan un cúmulo de ideas y buenos propósitos, y no un plan integral de desarrollo.
Así que si bien, este 22 de abril presenciaremos –los interesados por razones profesionales y políticas, los seguidores de uno u otro partido y candidato por obvias razones-, es deseable que muchos mexicanos apartidistas se interesen en conocer de cerca, aunque sea a través de la pantalla de televisión, el móvil o la computadora, lo que prometen los cinco aspirantes a suceder a Enrique Peña Nieto como inquilino de Los Pinos.
Ahí estarán, solos y su alma, Andrés Manuel López Obrador, de la coalición Juntos Haremos Historia, Ricardo Anaya, del Frente por México, José Antonio Meade de Todos por México, y los independientes Margarita Zavala y Jaime Rodríguez Calderón “El Bronco”, sin asesores, sin videos de apoyo, ni porras o acarreados.
Si bien a menos de 80 días de las elecciones del 1 de julio hay decenas de encuestas, la mayoría dándole amplia ventaja al abanderado de Morena, PT y PES, sobre el candidato postulado por el PAN, PRD y Movimiento Ciudadano, y con el ex secretario de Hacienda abanderado por el PRI, Partido Verde y Nueva Alianza en una lejano tercer sitio, y con los dos independientes prácticamente en sótano, se puede decir que aún no hay victoria segura ni derrota anticipada para cualquiera de los cinco.
Sólo baste recordad 1994, cuando el proclamado ganador del primer debate presidencial, el panista Diego Fernández de Cevallos, despuntó en los sondeos de opinión y en las intenciones de voto por encima de quien se consideraba el puntero y casi casi próximo presidente, el perredista Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, e incluso superó en las encuestas al priísta Ernesto Zedillo, quien a la postre sería electo presidente.
Fernández de Cevallos culpó durante sus intervenciones a Ernesto Zedillo de todos los males que los gobiernos del PRI habían hecho a los mexicanos, y casi casi hasta de la muerte del candidato presidencial, dejándolo en nocaut técnico, pero vivo al fin, se lanzó duro y a yugular sobre el perredista Cárdenas, a quien dejó en la lona imposible de levantarse, lo que a la postre significó su segunda derrota electoral, la primera en 1988.
Pese al resultado positivo, Diego Fernández replegó sus naves, retiro sus tiendas de campaña del campo de batalla y escondió obuses y misiles, dejando paso libre para que el PRI pudiera encausar el dolor nacional por el magnicidio de Luis Donaldo Colosio, y con la aplanadora priista, arrasar en las elecciones presidenciales llevando a un oscuro ex secretario de Educación a ocupar la presidencia de México.
En el 2000, el debate presidencial volvió a ser una guerra de lodo, en esta ocasión encabezada por el panista Vicente Fox Quesada, quien llamó “vestida” (homosexual) al candidato presidencial prisita Francisco Labastida Ochoa, y enarbolando la bandera del “Hoy, hoy, hoy” como premisa de cambio de régimen, con un Cárdenas Solórzano aletargado y pasivo, frente a la vorágine y radicalismo político del guanajuatense.
Curiosamente, el perredista y tres veces aspirante a la presidencia del país había “ganado el pre debate” a Fox Quesada en una conferencia de prensa en que se exhibió al empresario refresquero su intolerancia y su alcoholismo, una semana antes del encuentro durante una conferencia de prensa trasmitida en vivo y en directo.
En el 2006, después de ser jefe del gobierno de la Ciudad de México, y librar el intento de desafuero y posible cárcel ordenada por Vicente Fox Quesada, Andrés Manuel López rechazo participar en el primero de los debates acordados por el Instituto Federal Electoral, pese a ser el puntero (desde esa época) en las encuestas de intención de voto.
Sería hasta el segundo debate que el Peje se atrevió a confrontar a Felipe Calderón, a Patricia Mercado, al priista Roberto Madrazo Pintado y al aliancista Roberto Campa Cifrián, terminando el encuentro con un empate técnico, y carretadas de lodo entre el panista y al perredista.
Obvia decir que la decisión de ausentarse de López Obrador le perjudicó en las encuestas, aunque al final en el conteo de votos el margen a favor del ganador abanderado del PAN fue menos del 0.5 por ciento, con la consabida acusación de fraude por parte del PRD y parte de la sociedad, que con el grito de “voto por voto, casilla por casilla”, pretendió, sin éxito, revertir la imposición de Felipe Calderón.
¿Qué esperar pues del ejercicio que apreciaremos el próximo 22 de abril?
Aunque hay cinco aspirantes y muchos partidos detrás de ellos, aun con los ahora independientes, sólo hay dos proyectos económicos y sociales a debatir,
En una esquina, está el puntero en las encuestas, López Obrador, abanderado de una izquierda desdibujada (hay más ex priistas y ex panistas que izquierdosos, ironizaba un compañero periodista), mezclada con un ala conservadora y cristiana (PES), con un programa de gobierno tachado como socialista o retrogrado.
En la otra, con sus matices y apenas pequeñas diferencias, están tres representantes del actual modelo económico neoliberal y pro empresarial respaldado por la injerencia de interés de las grandes transnacionales: el panista Ricardo Anaya, el “ciudadano apartidista” José Antonio Meade y la ex panista Margarita Zavala, y de última hora, un ex priista enarbolando la bandera independiente.
Si el guión no cambia, Andrés Manuel López Obrador será la piñata a la cual los otros cuatro le tirarán a matar, en el entendido de acusarlo de todos los males habidos y por haber, en la creencia de que así ganarán simpatías y con ello votos.
Sólo que existe el riesgo del llamado efecto búmeran, o en su versión mexicana, botellita de jerez, todo lo que diga será al revés: cualquiera de los candidatos o los cuatro que van abajo en las encuestas, nada más lance la primera piedra, una bola de lodo o desenvaine la espada, podrá estar escupiendo para arriba, y embarrarse con su propia saliva.