Cuando una persona nace y crece dentro de una familia donde imperan los más altos valores morales, los principios éticos fundamentales y la honorabilidad de la decencia, por lo general se llega a convertir en una persona de bien.
Esa persona desarrollará un censor moral tan fuerte, que será capaz de autorregularse y auto controlarse de tal manera que no se permitirá pensamientos, acciones u omisiones que quebranten su propio código moral.
Serán personas muy estrictas consigo mismas que no necesitan de la vigilancia o el juicio ajeno para tener un buen comportamiento, para ser honestas, para actuar correctamente y para vivir con decencia y honorabilidad pues el fue más implacable sobre sus propios actos son ellos mismos. A ellos se les ha enseñado que para poder vivir en paz con sus conciencias deben vivir siempre en congruencia con sus convicciones y valores.
Sin embargo, el mundo está lleno de engaños, porque el diablo usa mil disfraces, el mundo está lleno de gente que desde la cuna, aprendió a mentir, a disimular, a engañar, a hacer trampa, a manipular a su conveniencia, el mundo está lleno de hipocresía, falsedad y traición.
Así es que-corruptos desde que andaban en pañales- muchas personas crecieron para convertirse en sinvergüenzas, en embaucadores, en oportunistas, mentirosos consuetudinarios, o verdaderas lacras. Y es que nunca formaron ese eje rector interior que constituye un censor moral. A quien haya crecido en medio de mentiras, de traiciones, de falsedades o de apariencias, un le parecerá tan reprobable ser del mismo modo. La indecencia y la inmoralidad son simplemente características naturales del medio en el que se hayan desenvuelto.
Por otro lado, sucede que para aquellos que viven en rectitud, la inmoralidad y la corrupción les es tan ajena, tan incomprensible y tan indigerible que, resultan fáciles víctimas del engaño, la traición y el despojo. Simplemente no la ven venir, porque en la estructura mental de los decentes, no existe razón capaz de explicar un comportamiento deshonroso, indecente o carente de integridad moral. No lo pueden procesar y mucho menos entender, traduciéndose entonces en decepciones y desengaños por demás dolorosos. Y es que resulta fácil que esa decencia, esa inocencia, se traduzca en ingenuidad; una ingenuidad de la que se aprovecharán con creces los insolutos vivales que abundan en el mundo.
Por lo tanto, vivir en la decencia y en los altos principios morales, no debe volvernos ciegos ante la existencia y los peligros de la tan común falta de ética, valores y principios que tristemente empobrece tanto al mundo en que nos toca vivir. Hay que ser decentes, inocentes, pero nunca ingenuos. Por último y en conclusión: si la ética se define como “La disciplina filosófica que estudia el bien y el mal y sus relaciones con la moral y el comportamiento humano,” Para elegir hacer el bien es necesario ser capaces de identificar y reconocer al mal, donde quiera que esté y en quien sea que éste se manifieste, en cualquiera de sus formas y grados.