Un día, a finales de febrero de este año, Alberto salió de Reynosa rumbo a Matamoros a visitar a su familia . En esa ciudad lo esperaban sus padres y hermanos, pero nunca llegó con vida.
Para evitar transitar por el lado mexicano, el músico rentó un carro y quiso irse por el camino más seguro, Estados Unidos. Cruzó a McAllen y se dirigió a Brownsville, para luego pasar a Matamoros por el Puente Los Tomates.
Cuando terminó su trabajo como director de la Orquesta Sinfónica Infantil y Juvenil de Reynosa –donde residía desde hace varios años–, decidió que era momento de pasar el fin de semana acompañado de su familia.
Pero Alberto nunca imaginó lo que sucedería horas más tarde. Las autoridades de Estados Unidos encargadas de vigilar y grabar el cruce de vehículos hacía el lado mexicano, detectaron el auto Focus 2011, placas de Nuevo León, con él a bordo.
Fueron las últimas imágenes en vida de Alberto. Después comenzó la angustia de sus padres y su triste peregrinar en la Procuraduría de Tamaulipas a denunciar la desaparición de su hijo.
Con el paso de las horas y los días escucharon que Alberto estaba vivo, sin tener una prueba de ello, sólo la promesa de que sería entregado. Pero todo quedó en eso.
El jueves 8 de marzo su cuerpo apareció flotando en el río Bravo y, con ello, se confirmó el deceso del también director de la Sinfonieta de Reynosa. De otro inocente, de un joven que a nadie le hizo daño para merecer un final así.
Una cifra más en el sexenio manchado de sangre que terminará pronto. Y sobre lo que viene, sólo Dios sabe. Al menos somos millones de mexicanos que albergamos la esperanza de que cambiando… todo cambiará.
Descanse en paz Alberto Castillo Lugo, a quien no tuve el gusto de conocer, pero quise contar las últimas horas que disfrutó amando la música… y la vida.
Discussion about this post