En teoría la información emitida por cualquier medio debe ser coincidente y los datos similares. La única distinción entre un medio y otro debe ser el estilo y la abundancia o escasez de datos. Ni el funcionario ni el periodista deberían decir otra cosa que no sea la verdad, a unos los obliga la ley y a los otros la ética. Si ambos respetaran eso, insisto, todos dirían lo mismo, aunque de diferente forma.
Un titular es ilustrativo. En unas cuantas palabras, sin calificativos, debe decir lo más importante del contenido. Será al espectador/lector quien decida si le interesa o no ese contenido. Hasta aquí todo tiene sentido. El emisor respeta voluntad del receptor, y el receptor elige solamente lo que necesita saber. Pero entran aquí los matices. Un funcionario público necesita justificar su cargo ante la gente, sobre todo porque normalmente siempre piensan en mantenerse eternamente en la función pública. Y los medios, pues necesitan captar cada vez más público, porque necesitan comercializar sus espacios informativos.
Mucha de la información oficial y mediática que se difunde es irrelevante. Trata de ganchar a la gente con declaraciones y noticias oportunas y atractivas. La gente cae en la trampa, e ignora lo que realmente le interesa para enfocarse en lo que despierta su curiosidad y/o su morbo. Y ya entrados en gastos, y con la técnica probada, pues funcionarios, políticos y medios, pueden con toda tranquilidad crear distractores, e ir más allá difundiendo información confusa, insidiosa, y hasta falsa. No hay en México una instancia eficiente que obligue a funcionarios y medios a ser rigurosos con la verdad, ni castigos, ni desmentidos que no acaben generando distracciones mayores.
Durante muchos años la gente ya no creía en los gobiernos; hoy la gente también desconfía de los medios. El efecto secundario de emitir mentiras y encubrir verdades por medio de distracciones es, invariablemente, el descrédito. El síndrome de “¡Ahí viene el lobo!” Así que, sin fuentes creíbles, la sociedad navega a ciegas; cuando encalla en la realidad, la reacción no es agradable y puede tener graves consecuencias en la ya de por sí deshilachada trama del “tejido social”. La primera consecuencia es la confusión que padecemos en este momento.
Sí, pero, ¿aumentarán las tarifas o no? Luego de difundirse la propuesta de aumento a tarifas en el transporte urbano, el gobernador García afirmó que fuimos desinformados. Dijo que no habría aumentos. Más tarde, el secretario de Movilidad, Hernán Villarreal, confirmó que no habría aumentos por ahora… O sea: sí pero no. ¿Hay agua o no? Ya estamos racionados y además apanicados por la hipotensión hidráulica. Poco a poco también nos damos cuenta de que no somos tan culpables de la escasez de agua como nos quieren hacer creer. Apenas empiezan a “descubrir” el voraz vampirismo freático de varias empresas. ¿Ha mejorado la seguridad en el estado con la llegada de más contingentes policiacos y militares? No lo sabemos. Hemos estado distraídos con la monserga del aeropuerto, la novela del Bronco, el Clásico, más lo que se acumule de eventos irrelevantes. Ni siquiera atendemos algo tan importante y tan trascendental para el estado como la mentada nueva constitución, propuesta y revisada las personas menos indicadas para hacerlo.
En medio de la confusión, nadie o pocos cuestionan que un posible aumento en tarifas, así sea condicionado para parte de la población, no es una solución justa para la movilidad porque el usuario no es responsable del desastre al que se llegó. Un centavo más, fijo o “deslizante”, es un acto oficial de agresión a la sociedad.
Nadie o pocos cuestionan que mientras racionamos el agua, haya empresas que la extraigan con toda opacidad, la procesen y nos la revendan carísima, pura, endulcorada, saborizada o fermentada. Es un crimen que en una emergencia por sequía, ese tipo de empresas sigan dándose chapuzones en un charco que no les pertenece y procesando productos que hoy no son prioritarios.
Estamos muy confundidos. El gobernador tiene razón: hubo desinformación. Pero no se originó entre nosotros sino en las contradicciones y distracciones que difundieron. Al margen de titulares y declaraciones, más allá de procesos y promesas de procesos, detrás de eventos y festejos, aunque estemos desinformados estamos mejor informados que autoridades y medios por lo menos en unas cuantas cosas: nos sentimos inseguros, sabemos que no tenemos agua y sufrimos para pagar el transporte urbano. Esto no va arreglarse así se meta a la cárcel de por vida al todo el gabinete del gobierno anterior.
Todo indica que un día de estos amaneceremos con transporte urbano más caro, más deshidratados, más inseguros, y regidos por una nueva constitución que iremos conociendo en la medida que la apliquen sobre nuestros derechos y libertades. Y quién sabe, en un descuido hasta nos reinventan como un país y con una brújula mareada.
Hace poco estrenaron la película Dune, basada en una serie novelas de Frank Herbert. La acción principal sucede en Arrakis, un planeta desértico. Creo que hay que verla con mayor atención. Las cofradías, los grupos en el poder, las intrigas y el manejo de la información en esa saga, también podrían aclararnos muchas cosas.