El movimiento obrero mundial, con excepción de Estados Unidos y Canadá, celebra el 1 de mayo como una fiesta que recuerda las reivindicaciones sociales y laborales a favor de los trabajadores, en memoria de los sindicalistas que fueron ejecutados en Chicago en su lucha por conseguir una jornada de ocho horas diarias en 1886.
Sin embargo, la fecha se presta, muchas veces, para desfiles que desentonan del verdadero sentido celebratorio al provocar muchos manifestantes, anarquistas, verdaderos actos vandálicos e inclusive delitos en calles y avenidas de algunas capitales famosas en el mundo. Y hay quien reta a la autoridad constituida atentando contra la misma en forma irracional.
Entonces es cuando deja de ser una fiesta y se vuelve un motivo de reyerta y riesgo para los participantes que en su día de descanso obligatorio dedican unas horas a recorrer los espacios citadinos a fin de traer a la memoria la sangre derramada de aquellos que, con su vida, abrieron los oídos de los patrones y con su unión legaron una cauda de beneficios a las nuevas generaciones de obreros y trabajadores en las fábricas, talleres, negocios, etc.
Cierto que los abusos de los líderes sindicales son impulso para el reclamo de ahora, así como la participación obligada, mediante presiones de listas de asistencia. Pero la multitud no debe dejarse llevar por las provocaciones de quienes políticamente desean llevar agua a su molino bajo la careta de una falsa redención social.
Es un día de fiesta. Es la fiesta del trabajo. Y ha de servir para reflexionar en el significado profundo de esta actividad remunerada que no solamente aporta recursos económicos por la entrega a una tarea convenida con el que paga, sino que también es fuente de riqueza espiritual por las enseñanzas que deja y por la autorrealización que se logra al dar cauce a una vocación innata en medio de compañeros y jefes que inclusive en ocasiones llegan a formar una verdadera familia.
Más que una carga y un castigo, el trabajo, si ve desde otra óptica, es una oportunidad y plataforma para poner en juego la habilidad e inteligencia en la realización de una labor hacia la que nos sentimos atraídos y que, por lo tanto, nos recrea y entretiene, sin que eso quiera decir que no nos cansamos. Cualquiera cae al peso de una jornada laboral, porque humanamente la fatiga es muy natural, pero a fin de cuentas el cansancio no es lo mismo que el aburrimiento.
El trabajo como distracción y necesidad de demostrar de lo que somos capaces para obtener recursos bien habidos, es lo que debemos celebrar cada 1o. de mayo, y sólo en casos extremos la fecha debe aprovecharse para exigir justicia en todos sentidos así como para combatir la explotación del hombre por el hombre, sin que de esto se salven los líderes abusivos de centrales obreras que ven su cargo como una canonjía y filón de oro para el enriquecimiento al venderse con los que los compran en vez de dedicar todo su empeño en la defensa de las causas que favorezcan a sus agremiados.
Cada 1 de mayo nos podemos preguntar cómo nos sentiríamos si no tenemos trabajo. Y debemos analizar cómo la pasan aquellos que no reciben el llamado de las fábricas y empresas en las largas filas de solicitantes que ofertan sus servicios un día sí y otro también. Pero lo más importante: tenemos que darnos respuesta a nosotros mismos a la pregunta simple de por qué trabajamos.
Sólo entonces entenderíamos, en primer término, que con nuestra tarea diaria y con su remuneración podemos satisfacer, a veces mínimamente, las necesidades básicas y económicas de la familia, pero no hay que omitir también la autorrealización y satisfacción de saber realizar una tarea a fin de tener un crecimiento interno en el desarrollo de nuestra personalidad y, por último, darnos cuenta de que somos parte del engranaje social y que nuestro trabajo contribuye al engrandecimiento de México de una forma sostenida.
Más que para desfiles, el 1 de mayo sirve para un buen análisis sobre el significado del trabajo y es fuente de reflexiones a fin de encontrar motivaciones de seguir adelante y no bajar la guardia en la proyección de nuestro ser interno, que no podría entenderse sin un trabajo digno, véase por donde se le vea.
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