Algo pasó. Unos días atrás hacía parangón con lo ocurrido en la década de los cuarentas, cuando México era todo vigor y crecimiento y la férrea mano de los militares como Calles, Cárdenas y Avila Camacho consolidaron al país después de la Revolución Mexicana.
Aunque no existen números fidedignos, se dice que la cifra de muertos en esa guerra civil oscila en un millón de personas, según un censo realizado cuatro años después de haber terminado el conflicto.
Hoy las cifras oficiales aseguran que son 35 mil las fatalidades. No se conoce la realidad y lo ocurrido en Tamaulipas se encierra en una caja de Pandora, pues los números podrían ser catastróficos ya que se supone que existen otras fosas clandestinas en entidades como Nuevo León, Coahuila y Chihuahua.
Lo grave del asunto no es sólo el número de muertos, que indigna y pone de luto a muchas familias mexicanas, lo verdaderamente espeluznante es el índice de ferocidad y saña con que se realizaron dichos asesinatos en contra de esos mexicanos quienes, como usted o como yo, sin deberla ni temerla; cayeron en las manos de esos enajenados.
Muchas personas fueron asesinadas con objetos contundentes, aplastándoles el cráneo como se aplastaría una sandía -imaginen ustedes a los prisioneros de esos engendros haciéndoles observar el dantesco episodio-, el colmo del sadismo.
Pareciera como si Dios hubiera dejado a nuestro México en manos de Satanás. Este país se convirtió en la antesala del Averno, creación maestra de políticos sin escrúpulos, quienes crearon esta oquedad con su voracidad desmedida.
Por ello deduzco -hay que negociar siempre-, que el presidente Felipe Calderón irá al Vaticano para poder acceder a una conversación divina y lograr hacer regresar a cada una de las fuerzas demoníacas a su sitio y lugar.
No soy religioso a ultranza, simplemente creo que Dios se separó de nosotros porque el pueblo permitió que se le vejara y se le pisoteara por los malandrines de cuello alto y los asesinos que nos han pisoteado y aterrorizado.
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