Una imagen quedó grabada en la memoria colectiva el martes 4 de noviembre: el avión en picada de la Secretaría de Gobernación, desplomado en segundos a unos metros de Los Pinos. El olor a muerte en Lomas de Chapultepec, esparcido por la bola de fuego caída del cielo en que se convirtió el avión, impregnó la duda sobre las versiones oficiales para explicar la tragedia. Hubo prisa para decretar que fue accidente y no atentado, siendo que las investigaciones continúan. Intromisiones inoportunas como la del embajador de Estados Unidos en México, avalando la postura oficial, y discursos fuera de tono. El presidencial del “No nos doblegaremos” y el del líder panista del “Sin pactar con el narco”, interpretados como que fue el narcotráfico el destinatario.
Las contradicciones las alimentó el gobierno federal. Su vocero, el secretario de Comunicaciones y Transportes, Luis Téllez, primero aseguró que el Learjet 45 guardó la debida distancia con el avión de Mexicana.
Pero después se desmintió a sí mismo, afirmando que no la guardó y cayó al entrar en la turbulencia del primero. Inicialmente se mostró en la imagen del radar un helicóptero que volaba en la misma ruta, cerca de los dos aviones, a la misma hora.
Pero nunca se explicó por qué el Learjet 45 -de mayor peso que el helicóptero- sucumbió a la turbulencia del avión de Mexicana y el helicóptero resultó sin rasguños. No hay datos del helicóptero, que no volvió a mencionarse.
Nunca hubo un avionazo donde viajaran funcionarios del gobierno mexicano en que admitieran sabotaje. Sería reconocer vulnerabilidad del Estado. Tampoco se aceptó en el “accidente” donde murió Ramón Martín Huerta, secretario de Seguridad Pública, con Vicente Fox en septiembre de 2005.
Martín era cercanísimo a Fox, Mouriño a Calderón. De no presentarse pruebas contundentes de un accidente en el avionazo de Gobernación, persistirá la idea del atentado. La gente no le cree al gobierno. La suspicacia se desborda porque la aeronave cayó geográfica, política y afectivamente cerca de Felipe Calderón, hasta hacerlo olvidar que como jefe de Estado no le está permitido mostrarse vulnerable ni volver nacional su duelo personal.
Del dolor que causó el avionazo se pasó al estupor por la reacción desmesurada de Calderón, que abonó la sospecha que no fue accidente. Sin cuidar las formas, olvidó a las víctimas restantes del avión, incluido José Luis Santiago Vasconcelos, y mostró indiferencia hacia las otras seis víctimas fatales que estaban en la zona, en la trágica hora. Todo lo centró en Juan Camilo. Calderón permitió que todos vieran su herida por el amado amigo.
El hispanomexicano Juan Camilo, nunca cuidó que el mundo supiera -especialmente los panistas- del ascendente que tenía sobre su amigo, el presidente.
Este tampoco ocultó que formó un gabinete de amigos, a cuya cabeza puso al que ocupaba el primer lugar en sus afectos. Se dijo cuando reactivó la oficina de la Presidencia , creada por Carlos Salinas para José Córdova Montoya. Se volvió a decir cuando se lo llevó a Gobernación. No es lo mismo intuir que el afecto decidió posiciones políticas, que tener la certeza. Felipe Calderón mostró que filias personales dejaron de lado, razones de Estado al elegir equipo de gobierno. Fue la nación testigo de los Dislates del Poder. No hubo sensibilidad para entender la consternación y el dolor de los familiares de las otras víctimas, carbonizadas en esa noche trágica. No aparecieron en el discurso, ni en los hechos. No hubo mesura, prudencia, ni institucionalidad.
Mouriño, según la versión oficial, murió en un accidente; si no fue víctima de un atentado ni cayó en el campo de batalla, la construcción póstuma de “héroe” fue inapropiada. Cuando murió su amigo Ramón Martín Huerta, el país estaba acostumbrado a los disparates que Vicente Fox solía decir. Pero en esa ocasión Fox se guardó sus comentarios. Felipe Calderón no pudo. En el homenaje en el Campo Marte ante la clase política, hizo notar que la muerte de Mouriño era distinta al colocar su féretro al frente de los otros. Calderón hizo gala de adjetivos impropios en un jefe de Estado. No era hora de regatear ningún calificativo -justificó – para “un hombre de acción” y “carácter”. Juan Camilo era:”gran hombre, inteligente, leal, comprometido con sus ideales y apasionado de México, honesto, trabajador, franco, alegre, sereno, capaz, talentoso, dedicado, lleno de energía, inteligente, disciplinado, recto, tolerante y tenía amplitud de miras.” “Tenía sensibilidad política, eficacia, lealtad, visión estratégica, capacidad para el diálogo, disciplina, carácter y profundo patriotismo”. Y fue: “Objeto de críticas y víctima de calumnias”.
México es Estado laico, pero el discurso, se volvió sermón. Tomando las bienaventuranzas de la liturgia católica según San Mateo, Calderón señaló: “Sabemos que son bienaventurados los limpios de corazón,… bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, bienaventurados los que por causa de lo alto son insultados y se diga toda clase de calumnias en su contra, porque su recompensa será grande”.
La desmesura continuó el 9 de noviembre, en el homenaje del PAN. Calderón dijo que Mouriño tuvo: “Un rol heroico, vital para la transformación del país, Como el Cid Campeador, seguirá ganando batallas después de muerto. Gran hombre, gran amigo y gran hermano. Merece no sólo ser recordado, por la “luz que irradiaba, su alegría, carisma, jovialidad, inteligencia y valor”. “Era cálido, alegre, proveía ánimo, comentarios serenos, infinitamente generoso, leal entre los leales, amigo entre los amigos”. “Ejerció el poder con todas sus consecuencias, amenazas, flaquezas e ingratitudes, es fácil pontificar sentados, desde el pedestal que se convierte, por la inacción, en pedestal de imbéciles.” Así llamó Calderón a los panistas por no querer, ni dejar de criticar a Juan Camilo. Mouriño fue: “Invencible, inderrotable, líder natural, impulsor del idealismo pragmático, a quien Acción Nacional debe el triunfo del 2006”. “Capaz de responder y resistir ingratitud, incomprensión y el insulto con alegría y una sonrisa.” Al regañarlos, les demandó dejar la mohína, pereza, ambición, envida que tanto sufrió él y luchar contra los enemigos de México con la convicción y determinación con la que él lo hizo. “Que Dios te cuide y te proteja muy bien…adiós y hasta siempre, querido Juan Camilo”, finalizó.
La posibilidad de sabotaje se confunde con la de negligencia gubernamental por contratar inexpertos pilotos y empresas ineficientes para mantenimiento de sus aviones. Pero quedan los dichos de Felipe Calderón y del líder panista, Germán Martínez, como si respondieran a un atentado. También el omitir el sabotaje como línea de investigación. Nadie explicó por qué el piloto con menos horas de vuelo estaba al mando del Learjet 45 y el de más experiencia, de copiloto. Aunque un dictamen de negligencia dejaría mal parado al gobierno, perdería menos si trascendiera que el Estado fue víctima de un atentado, a manos del narco. En tal caso, el golpe contra Calderón fue artero e impune. Si fue sabotaje, quien lo hizo sabía dónde hacer daño. Felipe Calderón olvidó que el cargo de presidente se ejerce tiempo completo. Su tragedia personal debió vivirla en privado. No estuvo a la altura de la investidura presidencial. Después de los discursos de adjetivos y alabanzas bíblicas, sobrevive la duda detrás de la caída del Learjet 45 que se debe aclarar. No conviene al país dejarle la imagen de un gobierno en picada, como el avión desplomado muy cerca de Los Pinos.
marthazamarripa@yahoo.com.mx
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