Soy muy estricto con mis alumnos en la Universidad a la hora de definir dos conceptos primordiales: educación e instrucción. Para que no los confundan. Y para que comprueben en la práctica que el remedio de nuestra ancestral corrupción es una buena educación, en el sentido que se debe entender este término.
Definitivamente es preciso asentar que el término educación, en su origen etimológico, significa “sacar lo mejor del alumno”, extraer del fondo de su espíritu los valores elementales. Hacer de él lo que no era antes. Convertirlo en una persona de bien para la sociedad. Y tal es el deber primordial de los padres de familia y del entorno que rodea en el hogar al educando.
Entretanto, la palabra instrucción está asociada a la transmisión de conocimientos. Es la parte troncal de la carrera magisterial que tiene como meta llenar de saberes al alumno. Cubrir su ignorancia de temas con un buen sistema pedagógico. Y tal es el deber primordial de la escuela, que colabora sí, pero solamente colabora, en el proceso de la educación de quienes acuden a las aulas.
La educación no es para buscar títulos sino para aprender el camino recto. Gradúa en la práctica del comportamiento y en el ejercicio de los principios de civilidad y de ética. Pero no se necesita acudir a una escuela. Sin pergaminos ni diplomas, el que es capaz de convivir con los que le rodean y con los que encuentra a su paso, se conduce con decencia y con respeto por mero sentido común y de acuerdo con su marco de referencia social, aunque no haya aprendido ni a leer o escribir ni matemáticas.
En cambio para aprender a leer o escribir y matemáticas u otras materias elementales del sistema escolar, el sitio ideal es un salón de clases, aunque también es posible ser un buen autodidacta, como ocurre muchas veces con verdaderos ilustrados que no tuvieron oportunidad de inscribirse en un algún curso formal. Sin embargo, si se desea acceder a un reconocimiento social y obtener un título profesional, no hay otro camino más que la escuela.
Por eso yo digo que en lugar de Secretaría de Educación debería llamarse contundentemente Secretaría de Instrucción. Porque es su misión fundamental y razón de existir, aunque nadie puede negar que los maestros también contribuyen con los alumnos en la formación de valores elementales y en la disciplina, lo cual justifica a dicho Ministerio su apropiación del título oficial.
No obstante, hay instituciones que solamente se enfocan en la transmisión de conocimientos y les vale muy poco la escala de valores de los alumnos. Cumplen con su responsabilidad de la sabiduría que está en los libros o en los medios digitales, pero no nutren de experiencias idóneas a los muchachos para salir adelante en la vida en los campos de las relaciones humanas y de la creatividad para la autoformación moral. Y entonces no pueden decir ni siquiera que rozan el dintel de la educación sino que su mérito es sobresalir en la instrucción.
Por tanto, es una verdad irrebatible que el remedio contra la corrupción es una buena educación. Definitivamente el que tiene vergüenza de robar o hacer el mal intencionalmente a alguien es porque fue educado en la conciencia del bien y recibió enseñanzas y ejemplos en su casa de una conducta decente.
Pero si vemos que en México los más corruptos son los más instruidos y por eso ocupan cargos públicos importantes en el sistema político, entonces debemos concluir que, por eso, son los más mal educados. Tuvieron el privilegio de pisar escuelas de mucha instrucción y graduarse, si usted quiere, con honores e inclusive obtener postgrados de relumbrón, pero no recibieron una buena educación ni en las escuelas a las que asistieron ni en su casa y el medio social que les rodea.
Son corruptos por mal educados aunque con mucho título profesional y mucha presentación de ricos o poderosos nadando en dinero y bienes materiales, no importa que las carencias espirituales inspiren lástima a sus críticos incondicionales. Vamos, pueden ser muy instruidos, pero comportarse como patanes con sus subalternos y semejantes o contar con un léxico de baja estofa, lo cual contradice su graduación profesional. Son pura apariencia social.
Así es que sí es cierto que la educación es un buen antídoto contra la corrupción. Siempre y cuando se valide el significado real de tan valioso concepto y alguien logre extraer lo mejor y positivo del interior de los servidores públicos para que se dediquen a cumplir con su deber y se alejen de la tentación de robar o defraudar al pueblo, porque saben que su misión es contribuir al bien común. Lo demás es lo de menos.
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