Son las ocho y media de la mañana y las cuatro bombas de la gasolinera ubicada en la esquina de 2 de abril y Chiapas, en la Nuevo Repueblo, están llenas e, incluso, en algunas hay fila.
Y aunque para algunos el día apenas va iniciando, Roberto ha hecho más ejercicio que cualquiera de nosotros en lo que resta del día. Ágil, corre de auto en auto cargando combustible y cobrando, pues está solo encargándose de las cuatro despachadoras.
Lo sorprendente, por lo menos para mí, que nunca me he considerado una “morning person” (como le llaman los gringos a quienes no carburamos sino pasadas las once horas); es que Roberto cumple con esta labor con una sonrisa, saludando, deseando un bendecido día a los conductores.
Noto que la camioneta todo terreno que está frente a mi y que luce un amarillo chillante que ofende a las pupilas, tiene placas de Minnesota, “el estado de los 10 mil lagos”, o por lo menos eso es lo que presume en un slogan.
Llegado el momento de cobrar, Roberto se acerca a la ventanilla del copiloto y un perfecto inglés que ya quisiéramos cualquiera de nosotros para un viaje a McAllen en un fin de semana cualquiera le pregunta: “Its going to be credit card o cash, madam?”.
De ahí, entabla una corta conversación con la conductora de la todo terreno a quien le explica (en su perfecto inglés), que vivió en Dallas, Houston y hasta California.
“Have a nice day, come back later”, se despide Roberto quien, presuroso, corre a otra bomba donde un conductor ya lo espera para pagar por su combustible.
Es mi turno y cuando tengo enfrente a este hombre, noto que es espigado, de estatura mediana y que porta pulcramente su uniforme de la estación de servicio. Su rostro, moreno, arrugado pero siempre coronado por una sonrisa, delata que ronda por los sesenta años.
“Que bien mascas el ingles”, le comento.
“Gracias compi -me contesta con su tono de voz alegre- viví en Estados Unidos más de 20 años pero un día de deportaron. Me dieron 15 años de probation que ya cumplí y ahora mi chavo que ya tiene 21 está metiendo los papeles para pedirme”.
Mientras inserta mi tarjeta en el aparatito electrónico para cobrar mi consumo Roberto continúa con su relato:
“Fíjate que trabajé en un telemarketing, pagaban bien pero me aburrí de estar todo el día encerrado frente a una computadora, por eso me vine para acá”.
La conversación concluye con un: “Dios que te bendiga manito, que tengas un buen día y ojalá regreses pronto”.
Mientras me alejo de la gasolinera, no puedo evitar sonreír, contagiado del entusiasmo y optimismo de quien luego me entero responde al nombre de Roberto Torres Ruiz, el despachador bilingüe quien me recordó que más allá de los problemas cotidianos, amanecer contento o enojado en ocasiones es una decisión puramente personal.
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