En Memoria de Lulú Pedraza.
Fue a mediados de los 90’s. Iba a haber una reunión de los compañeros de Televisa y ese día, yo había quedado de pasar por Lulú, más o menos temprano. En ese tiempo, Lulú Pedraza vivía con su papá y su hija en una casa típica de la parte oriente de la Colonia del Valle, muy cerca del antiguo Colegio Americano. era una buena casa, de un piso, sencilla, cómoda, impecable, pero sin lujos ni ostentaciones; muy como era Lulú: conservadora y prudente.
Desde que la conocí por nuestros trabajos en la televisión, tuve la impresión de que Lulú Pedraza era sin lugar a dudas, una mujer de principios sólidos y valores firmes. Pero, esa tarde, cuando llegué por ella a su casa, descubrí que además, Lulú era una mujer de fe…de una fe inquebrantable y fuerte, como lo era su vocación por el trabajo que hacía en la cocina.
Como yo había llegado por ella un poco antes de lo previsto, y Lulú había preparado varios de sus platillos para llevar a la reunión, ella me invitó a pasar mientras acomodaba la comida en unos tupper-ware. Pero de pronto me dijo: “Ven Susy, quiero enseñarte algo muy curioso que para mí es un gran misterio o tal vez un milagro.”
Entonces la seguí hasta una de las recámaras donde tenía una mesita y encima de ésta había una caja de vidrio con marcos de madera colocada en forma vertical. Dentro de la caja que estaba iluminada por un foquito, había una imagen religiosa (la verdad no recuerdo si era una virgen o un santo de su devoción). a los piés de la estatuilla había un rosario.
“¿Sabes qué?-me dijo-Ese foquitoo tiene décadas sin dejar de funionar.
Nunca lo he apagado y nunca se ha fundido. Esta imagen fue de mi madre y ahora la conservo yo. Solo se ha apagado cuando se va la luz, pero cuando vuelve la electricidad, se enciende otra vez. Ese foquito debe tener ya más de 60 o 70 años. Para mí es como la fe misma: no se apaga. Cada vez que veo esta imagen, iluminada por el foquito perpetuo, me lleno de valor, de fuerza, de valor y de inspiración para seguir adelante.”
Claro que mientras Lulú, siendo una mujer de gran fe y profundas convicciones religiosas y espirituales veía un significado místico en aquel foquito encendido e invencible, yo -que soy mas pragática-, también me sentí intrigada de ver aquella bombilla antigua, de las que se calentaban, resistir así los altibajos de voltaje, la carga de electricidad que va y viene, el paso y el peso del tiempo sin rendirse jamás.
Yo guardé silencio y solo asentí con la cabeza, como dándole la razón sobre aquella lucesita milagrosa. Cuando volvimos a la cocina, observé a Lulú regalando los platillos que con tanto amor y orgullo compartía y preparaba para todos los que asistiríamos a la reunión. Vi que siempre sonreía y trabajaba con tanta alegría, con esa amabilidad que la caracterizaba, con ese placer y gusto que da servir a los demás compartiendo su amor con cada ingrediente, cada condimento, cada sabor…
Recuerdo que mientras la observaba pensé que Lulú era como ese foquito, siempre brillando, siempre “funcionando”, día tras día, año tras año.
Estoy segura de que era su fe lo que iluminaba todo lo que tocaba y la mantenía en pié de lucha incansablemente. Ahora que su vida en este mundo físico se ha apagado, puedo asegurar de que aquel foquito sigue encendido y así seguirá como el legado de amor, amistad y amable bondad que sembró en quienes tuvimos el honor de conocerla.
Descansa en paz amiga Lulú Pedraza, brille para ti siempre la luz eterna.