Gracias a que nací a principios de la década de los 60’s, y a diferencia de otros niños nacidos en décadas posteriores, a mí no me tocó la mala suerte de haber sido etiquetada con algún desorden mental infantil. Mi inquietud, mi extrema curiosidad, hiperlexia, rebeldía, berrinches, necedad, socarronería, etc., no pasaban de catalogarme como una “huerca chiflada” común y corriente… situación que no se corrigió pero sí aumentó cuando llegó la adolescencia. Mis cariñosos abuelos trataban de consolar a mis padres diciéndoles “Ya se le pasará”… (Ajá). A mis travesuras infantiles, siguieron mis desplantes de adolescencia con singular imprudencia y en todo su esplendor. Quizás lo único que me “salvaba” de todas aquellas burradas, era lo mucho que me gustaba la escuela y los libros; pero aun así, he sido el tipo de persona que –creyéndose siempre la excepción de la regla- solo aprende con golpes en cabeza propia.
No sé por qué, pero un buen día ya bien entrada en mi vida adulta dije: “Ya basta”. Quizás me había cansado de pasar la mitad del tiempo cometiendo errores y la otra mitad tratando de repararlos; quizás me había dado cuenta de que tapaba un pozo mientras abría otro…quizás me di cuenta de que no puede uno pasarse la vida pidiendo perdón, tal vez la madurez empezaba a abrirse camino en mi existencia…y pensé, como dice la canción: “¿Pero qué necesidad?” de seguir siendo un torbellino, viviendo como una chiva loca en una cristalería…¿Qué necesidad de hacer cosas por impulso de las que después solo quedan los estragos, Las secuelas y las consecuencias?
Es cierto que todos cometemos errores en la vida, y también es cierto que todos podemos dejar de cometerlos si nos decidimos a pensar y luego actuar en lugar de actuar y luego pensar. Llega un momento en el que ya no se puede seguir siendo un “huerco chiflado” y tampoco se vale justificar las conductas absurdas e inmaduras con nombres rimbombantes de trastornos mentales. Entiendo que los desórdenes mentales existen y que son cosa seria, pero también creo que se ha abusado de las “etiquetas” para justificar conductas inapropiadas catalogándolas como “enfermedades” o trastornos mentales buscando prescripciones médicas y medicación para evadir la responsabilidad de asumir las riendas y el control sobre el propio carácter, temperamento y voluntad de dominar -a fuerza de consciencia- a los demonios interiores.
Hoy en día hay un montón de “adolescentes”: adultos que se niegan a madurar y se quedan “empedernidos” como huercos chiflados eternos. Aclaro que nada tiene de malo mantener vivo a eso que llaman “nuestro niño interior”, pero se trata de mantener vigentes ciertas características tales como la sensibilidad, su vivacidad, su espontaneidad y también su pureza, su inocencia, la ingenuidad y la capacidad de asombro ante la vida, lo que nos permite maravillarnos y apreciar lo que nos rodea. No es la irreverencia, el berrinche, la irresponsabilidad, la imprudencia, o la inconsistencia del carácter. Entonces no es lo mismo el niño interior que el huerco chiflado. Lega un día, en el que uno debe decirse a sí mismo: ¡Ya basta!.