“¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir!” es una de las frases que dejó como legado Benedicto XVI en su testamento espiritual, documento que escribió un año después de asumir su papel como pastor de la iglesia católica tras suceder al Papa Juan Pablo II.
El pasado 31 de diciembre culminó la era de los “dos Papas”, título emblemático que representaba los hechos históricos que atravesaba la iglesia después de que el Papa Benedicto XVI dimitiera de su cargo en el año 2013, se le permitió el título de “Papa emérito”.
Lo que representaba para la iglesia católica lo dejo claro el Papa Francisco, al pedir oraciones por la salud de su antecesor; “Pido una oración especial para el papa Benedicto XVI que en el silencio está sosteniendo la Iglesia.”
Mucha tinta ha corrido en los días anteriores hablando de la vida de Joseph Aloisius Ratzinger, de su infancia en su natal Alemania, de su vida familiar, de su paso por la Segunda Guerra Mundial en la que se vio inmerso y sus primeros años como sacerdote, hasta convertirse en una figura prominente dentro de la Iglesia, como un guardián de la fe, así lo reflejan los apodos con que era conocido, el “rottweiler de Dios” o el “cardenal Panzer”, aludiendo los tanques alemanes blindados usados en la guerra, esto cuando fue nombrado prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe, entidad responsable de vigilar la ortodoxia de la iglesia, es decir cuidar la pureza de la tradición en una iglesia cada vez más presionada por cambiar al ritmo de la vertiginosa modernidad.
Fue elegido Papa en el año 2005, siendo el número 265 en la lista de sucesores de San Pedro, era un hombre erudito que hablaba 7 idiomas, pero era muy reservado, un hombre que ante los ojos del mundo contrastaba con Juan Pablo II, el Papa de la eterna sonrisa, el Papa viajero, sin embargo, los cardenales habían elegido rápidamente a un hombre muy cercano al pontífice que acababa de fallecer, nadie esperaba que ocho años después tomara la decisión de renunciar al papado, en ese entonces tenía 86 años y los problemas que encaraba la iglesia eran muchos; “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”.
No cabe duda lo difícil que fueron para él esos años, en los que cumplió a cabalidad con su labor pastoral, escribió 3 encíclicas, sobre la fe, la esperanza y el amor.
Las palabras que plasmó en su testamento espiritual reflejan su profundo conocimiento en teología y la sabiduría de ser testigo de la historia, cómo a través de las décadas las ciencias fueron cambiando contrario a la fe, que permanece, así lo escribió; “las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas que solo parecen ser competencia de la ciencia. Desde hace sesenta años acompaño el camino de la teología, especialmente de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las diferentes generaciones, he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles y resultar meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann, etc.), la generación marxista. He visto y veo cómo de la confusión de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo.”
Para Benedicto XVI, la fe siempre sería la respuesta a la búsqueda, y su consejo, “¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir!” es una fuerte exhortación, sobre todo teniendo en mente las palabras que muchos años antes de ser obispo dijo sobre el futuro de la iglesia, la cual iría migrando, no por decisión, más bien obligada por las circunstancias, a ser una iglesia más pequeña, sin peso político, a la que la humanidad accediera por libre decisión, pero mucho más espiritual, “Pero en todos estos cambios que se pueden conjeturar, la iglesia habrá de encontrar de nuevo y con toda decisión lo que es esencial suyo, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la asistencia del Espíritu que perdura hasta el fin de los tiempos. Volverá a encontrar su auténtico núcleo en la fe y en la plegaria y volverá a experimentar los sacramentos como culto divino, no como problema de estructuración litúrgica”, el futuro que el Joseph Ratzinger avizoraba era sin embargo esperanzador, puesto que al final esta iglesia “florecerá de nuevo y se hará visible a los hombres como patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte.”