Una actitud amable, un trato cordial y si no hay una sonrisa pero ya “de perdis” que te vean a la cara mientras te hablan, es de agradecerse cuando tratas con alguien que está detrás de un mostrador, una caja registradora o una ventanilla.
El que no estuviera consultando nuestro médico de cabecera nos llevó a la Cruz Roja, necesitábamos un procedimiento médico menor, ambulatorio, pero pensamos que acudir a la benemérita institución era mejor que buscar de consultorio en consultorio, sobre todo después de que en uno se negaron a realizarlo.
Una doctora fue la que nos atendió, su trato fue bastante bueno, aunque no así el de la persona encargada de dar información, cobrar y darnos la ficha de atención.
Si bien no fue grosera, su actitud fue así como de “estoy harta de estar aquí, que flojera”, o al menos su tono de voz desinteresado, su mirada hacia otra parte y su postura en la silla así lo hacían ver.
Al día siguiente fui a una farmacia cercana a mi casa y antes de mí había un niño listo para pagar.
El cajero le indicó que la suma de su compra era de $85.60 y el niño, como de diez años, abrió su cartera de superhéroes de donde sacó un billete de 50 y otro de 20.
Los vio una y otra vez, claramente entendía que no completaba y el cajero amablemente le dijo: “¿te cancelo lo más caro?, es la paleta”, comentó mientras le mostraba el dulce que traía una figura de un perro.
“Sí por favor”, afirmó el niño, así que el joven sonó un timbre y de inmediato llegó otra empleada a hacer la modificación.
A pesar de la situación, el cajero todavía tuvo ganas de desearle al niño que tuviera un buen día, esto con una sonrisa en el rostro.
¿Qué tienen que ver la empleada de la Cruz Roja y el cajero de la farmacia?, no, no es que
ambos trabajan en un lugar relacionado con la medicina.
Ambos atienden personas, y mientras el joven sería alguien idóneo para estar en un lugar como la Cruz Roja en donde llegan las personas sintiendo no solamente malestares físicos, sino también de otro tipo, la señora de la ventanilla tal vez ni para estar en su casa.
Es más, quizás ni ella se aguante, porque así como una linda sonrisa puede alegrarte el día y levantarte el ánimo, una mala cara puede ponerte de mal humor o hasta llenarte de “malas vibras”.
Si les toca alguien así blíndense y no dejen que su desencanto los contagie y si ustedes son los que atienden en lugares así, sean como el joven de la farmacia.
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