La noticia llegó hasta mi oficina en McAllen, poco después del mediodía de ese 30 de enero. El mundo de quienes nos dedicamos a la información es, en ocasiones, sumamente reducido y muchos nos conocemos sin importar en qué parte, geográficamente, nos encontremos o vivamos. “Al parecer Eloy Aguilar murió esta mañana” me dijo mi informante desde la Ciudad de México, entre cauto y revelador.
Eso iniciaría una sucesión de comunicaciones que concluirían con la nada deseada confirmación de la muerte de quien se convirtió en un destacado profesional de la información, que recorrió prácticamente todos los géneros periodísticos pero para quien, sin duda, su gran pasión fue el reportaje. Fue ampliamente conocido, también, por su gran habilidad como promotor, en su tiempo, de los servicios informativos de la Prensa Asociada (AP, por sus siglas en inglés) y al final de sus días de la agencia informativa del periódico El Universal de México, que lo contrató como gerente tras su jubilación de la AP.
El encontrarse frecuentemente con amigos del medio, como fue mi caso con Eloy, nos hace erróneamente suponer que nos conocemos ampliamente. Sin duda, el haber vivido en nuestra infancia en el mismo pueblo, San Miguel de Camargo, aunque con diferencia de años, nos daba a ambos aspectos comunes en nuestro marco de referencia. Pero, tras su muerte, me enteré de algunos detalles de su vida que no solamente me dieron una idea de su innegable vocación periodística, sino de cómo pasajes personales fueron decisivos en su formación.
INCLINACION Y OFICIOS
Circunstancialmente nació en San Miguel, como solíamos llamar a un pueblo que desde hace muchos años se llama oficialmente “Díaz Ordaz”; hijo de padres de nacionalidad estadounidense, en épocas en las que no se aceptaba la doble nacionalidad, Eloy optó por la norteamericana. Sin embargo, su educación, iniciada en la escuela primaria “Guadalupe Mainero”, le daría los cimientos para convertirse, a la larga, en un periodista bilingüe y bicultural, con la habilidad de poder escribir indistintamente en ambos idiomas.
“Eloy era muy, muy, especial” refiere su hermano Gregorio, con quien tuve la oportunidad de platicar ya restablecido del impacto de la abrupta pérdida. “Creyó que podría ser sacerdote y estuvo cuatro años en el seminario de Tampico. Un día se regresó a San Miguel y ahí, dio los pasos hacia su actividad periodística en un modesto periódico llamado ‘El Dictamen’, cuyo propietario, Francisco Fernández, lo dirigía, escribía, e imprimía”. Sin duda, esas fueron sus primeras lecciones sobre el oficio.
Un nuevo giro dio su vida. Alistado en el ejército de los Estados Unidos, fue destacamentado en Francia donde formaba parte, inicialmente, de la policía militar, pero, al fin, la inquietud de su ya descubierta vocación y su permanente habilidad para ubicarse, le permitió que lo reclutaran dentro de actividades relacionadas con la corresponsalía de guerra.
Regresaría a Texas, para cursar estudios profesionales y, posteriormente, trabajar como reportero en el Times, de Mission,Texas, y en el Brownsville Herald.
Dato aparentemente enterrado en el pasado, fue su afición a la tauromaquia. Mientras trabajaba en Brownsville solía ir a Matamoros, donde era miembro de la entonces “Peña taurina” y, desde luego, solía enfrentar al toro, junto con otros, capote en mano.
LA PERSONALIDAD
Supe en mi adolescencia, por pláticas de uno de mis cuñados, el Dr. Manuel de la Garza, uno de los seis médicos con los que contaba en aquel entonces San Miguel, y quien era amigo de familiares de Eloy, de las coberturas, que llegaban como hazañas al pueblo, del periodista que lo mismo reporteaba el hallazgo de un arsenal de armas, que la convulsión o ataque guerrillero en alguno de los países latinoamericanos. Ese mismo periodista que un día, siendo yo, años después, en los inicios de los ochentas, un joven director del diario La Prensa de Reynosa, llegó hasta la redacción para presentarse como director de la AP en México y Centroamérica, vestido con camisa, botas y pantalones vaqueros, identíficándose, además, como siempre, bien informado, como paisano mío, del terruño sanmiguelense.
El encuentro dio inicio no sólo a una relación profesional, sino amistosa. Solíamos platicar, como hacía con muchos del gremio periodístico, alternando detalles de la industria periodística y los sucesos recientes con chistes de todos colores, de lo cual tenía un amplio repertorio. Su norteño sentido del humor, su ironía fundada y su extraordinaria documentación sobre múltiples temas lo convertían en un agradable conversador, siempre respetuoso y presto a brindar una orientación si se le solicitaba. Fue mentor de muchos reporteros distinguidos. En el periodismo, sin duda, se encontró a sí mismo.
Deseoso siempre de estar informado sobre lo que ocurría en la frontera, solía, a lo largo de mucho tiempo, buscar a quienes procedían de la región del sur de Texas y frontera tamaulipeca para enterarse de los últimos sucesos. Así, en Reynosa trabó una gran amistad, al margen de lo profesional, en los últimos años, con el joven editor Heriberto Deándar Robinson, quien, dicho sea de paso, me invitó a escribir estas líneas.
LA ANECDOTA
Estando yo una vez en San José, Costa Rica, quedé en desayunar con él en el hotel donde se hospedaba. Esperaba verlo bajar de su habitación recién bañado y perfumado. Mi sorpresa fue que llegó en “shorts” y con los lentes salpicados de lodo. Supe entonces que acostumbraba correr a campo traviesa en los países centroamericanos. Tenía amigos ubicados en distintas esferas del gobieno o periodistas que formaban una especie de club. Eso sí. Siempre con una libreta y una pluma en el bolsillo. La información plasmada en algunos de sus reconocidos reportajes fue obtenida mientras corría por las mañanas.
Aproveché esa ocasión, por otra parte, para manifestar mis deseos de hacer un reportaje de la Contra, de Nicaragua, que tenía su cuartel en San José. “Hazlo” me animó y luego, con su clásica picardía agregó: “Si es posible, cruza a Nicaragua, no vas a batallar mucho, es como cuando en San Miguel nos cruzábamos el río para ir a la ‘pisca’ de tomate en Texas”. Hice un amplio reportaje, pero no crucé a Nicaragua.
Se enorgullecía de pertenecer a la AP, a la que consideraba la mejor agencia informativa del mundo. En una ocasión, promoviendo los servicios de la agencia, el novel propietario de un diario, cuyos conocimientos periodísticos eran escasos, le propuso, en tono despectivo, que le diera el servicio por un tiempo sin pagarlo. Si le gustaba lo contrataría en definitiva. Eloy sonrió y le contestó: “Cuando ha sabido que en una agencia de autos Cadillac, le den un carro para que lo maneje y luego si quiere lo compre. Un Cadillac es un Cadillac. La AP es la AP”. Con esa respuesta el hombre se marchó. Eloy volteó y me dijo, muy al estilo norteño ya invadido por la risa: “Este cree que estoy vendiendo sandías y quiere que le cale una”. Soltó la risa divertido por la situación.
Un día le dije, que después de haber trabajado por mucho tiempo en periódicos diarios, me integraba a uno que era semanal. Como siempre, una de sus clásicas y chispeantes respuestas: “Más vale un buen semanario que un mal diario. Tú puedes hacerlo bien”. La respuesta me animó y comprometió.
ULTIMOS DIAS
Parecía una más de las reuniones donde coincidíamos, la Expo Prensa AME 2009, evento organizado por la Asociación Mexicana de Editores, que preside Gonzalo Leaño, realizada del 28 al 29 de febrero. La mañana del miércoles llegó Eloy con Rogelio Arias, del departamento de comercialización de la Agencia El Universal. La Expo transcurrió cumpliendo su programa, y tal y como estaba agendado, se llevó a cabo una comida el jueves teniendo como invitado especial al secretario de Agricultura de México. Compartimos la misma mesa con Eloy ocho periodistas, algunos de ellos ya viejos conocidos. Más tarde, Aguilar se despidió pues, siempre responsable, iba a preparar una conferencia sobre seguridad fronteriza que daría al día siguiente. “Quiero decirles mañana lo que tú y yo conocimos. Cómo era la frontera y los cruces internacionales, cuando aduanales y funcionarios federales eran personas conocidas y respetadas en la ciudad y donde no se necesitaba recurrir a fuerzas especiales para garantizar el orden…. esos eran otros tiempos. Me tengo que ir. Nos vemos en marzo en McAllen”. No logró dar la conferencia, en el campus de la institución educativa donde lo esperaban sufrió un derrame cerebral que le provocó la muerte.
Al confirmarse la noticia de su deceso, fue ampliamente divulgada por las agencias informativas nacionales e internacionales. En todas era conocido, era ya prácticamente una leyenda.
EL ADIOS
Su cuerpo fue velado inicialmente en México. Funcionarios, periodistas y amigos acudieron a despedirse antes que el domingo un avión lo transportara a Monterrey, de donde, por tierra, fue trasladado hasta la que él llamaba “Ciudad Santa”, McAllen.
El martes, rodeado de cercanos familiares y amigos de la región, las tristes notas de “Adiós angel mío”, acompañadas por acordeón y bajo sexto, se escucharon mientras el ataúd de Aguilar, que fue cubierto por la bandera estadounidense, descendía en una fosa del cementerio “Memorial Valley Gardens”, de la ciudad de Mission.
Previamente se escucharon las descargas de las armas de un comando militar, que hizo acto de presencia para honrar al comunicador, en reconocimiento a sus años de servicio como soldado en el ejército de los Estados Unidos.
Su inseparable libreta de reportero fue colocada en el interior de la caja en la que siguió el viaje sin retorno.
“Por honor, por servicio y por la patria” exclamó el oficial al mando, mientras colocaba tres cartuchos percutidos en la bolsa que contenía la bandera de las barras y las estrellas, una vez que ésta fue plegada en la tradicional forma triangular, para, posteriormente, entregarla a la familia del desaparecido, encabezada por su segunda esposa, Lisette Carrasco, su hijo Edwin, de su anterior matrimonio, y su nieta Citlali.
Eloy Omar Aguilar fue, también, un cumplido soldado del periodismo.
A petición de la familia, quien esto escribe agradeció la presencia de los asistentes al funeral.
Quienes lo acompañamos a su última morada, parientes y amigos, conocíamos la singular picardía de Eloy , pero quizá, la que mejor me lo confirmó, fue su hermana Guadalupe, cuando conversando conmigo, frente al ataúd, durante el velorio me dijo: “ Ahí donde lo ves, se ha de estar riendo de nosotros”.
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