Dustin Hoffman protagoniza esta fábula moderna sobre el miedo al fin del mundo, en tiempos de la civilización por la corrupción. Porque es precisamente un acto de contrabando de especies el que amenaza con cambiar el curso de la humanidad.
Al final del milenio pasado, con los temores inherentes al que podía ser una nueva era, el director Wolfgang Petersen se subió a la moda de las historias catastrofistas para suponer las consecuencias que tendría en el mundo una epidemia que se sale de control. Los temores de la guerra bacteriológica ya estaban presentes en la opinión pública.
Con un tono de ciencia ficción, de connotaciones inverosímiles, un pequeño pueblo de la Unión Americana es el foco del problema, que supone una solución drástica de carácter médico al que se le pretenden imponer un remedio en forma de exterminio.
Es innegable la carga política propuesta por el guión de Laurence Dworet y Robert Roy Pool, que reprocha la reiterada costumbre de Estados Unidos de recurrir a la violencia para acabar con sus complicaciones. En algunos momentos que pretenden ser cómicos, los brillantes científicos se enfrentan contra los feroces comandantes, a los consiguen derrotar con golpes repetidos de astucia.
Resulta gracioso ver a Dustin Hoffman, lejos de su juventud, convertido en un improbable héroe de acción, en su traje de médico militar, tratando de convencer a sus superiores de recurrir al laboratorio para encontrar una cura, en lugar de ocasionar una hecatombe doméstica.
Es muy entretenida, aunque no debe ser tomada en serio.
@LucianoCamposG