Esos afortunados mortales que hoy la tienen en la tierra con ustedes, asfíxienla con su cercanía, fastídienla a besos, trastórnenla a puros abrazos, intoxíquenla de puros “te quiero”, no la dejen en paz, mucho menos sola, pónganle un “gorro” tremendo y sin faltar, llévenle a sus engendros latosos.
Envidia de la buena nos da ver en el restaurante, en el cine o en la iglesia a los hombres hechos y derechos al lado de sus cabecitas blancas.
Igual a las bellas jóvenes damas -y chillamos por dentro sin poder evitarlo- gozar como enajenadas junto a sus sacrosantas madres.
Verlas llegar a las casas de éstas, con toda la prole y ver a los mocosos correr a los brazos de las abues, mientras las hijas dibujan en sus rostros una sonrisa que no tiene ni nombre, ni calificativo, que no se puede medir, ni aquilatar, pues no hay balanza, ni nada sobre la tierra que le pueda dar un valor exacto a eso, algo que sólo es de Dios.
En la mente de casi todos nosotros, siempre la tenemos, salvo en distraídos momentos del día, pero en la de ella siempre estamos nosotros, eso ni dudarlo.
A ustedes, los que aún la tienen aquí sobre la faz de la tierra, no cometan el error ni de no visitarla seguido, ni tampoco de no llamarle a cada rato para decirle lo mucho que la aman, lo tanto que la extrañan y lo bastante que están agradecidos de todo lo que hizo, hace y hará por ustedes.
LOS QUE YA NO LA TENEMOS
Protegiéndonos desde la Gloria, sentada a la derecha de Dios, allá está el mejor ángel protector proveedor, sanador y cuidador que pueda existir para cada uno de nosotros, hecho por el Señor, a la medida y necesidad de cada uno de nosotros.
En la tierra no veíamos sus alas, pero hasta inadvertidamente -el Creador nos obligaba a ello- las sentíamos en cada gesto y acción suya, pues pese a nuestra distracción y despiste, el Todopoderoso se encargaba de hacernos ver lo que ella hacía por nosotros, lo que nos cubría, lo que nos esquivaba.
Ella desaparecía problemas, esfumaba pasajes adversos, desviaba accidentes, impedía sufrimientos y alejaba todo lo negativo, lo que nos podría hacer daño.
Todos nosotros tenemos en la memoria y sin comentarlo con nadie, nos queda claro y bien que sabemos el por qué algo simplemente no ocurrió, todos nos percatamos de que esa maldad o pasaje malo estuvo ahí, muy cerca, que nos amenazó y que pudo suceder, pero alguien muy poderoso con sus rezos, su clamar, sus oraciones, intercedió por nosotros.
Hoy, ella en el cielo es quien más grande tiene esos albos apéndices de finísimo plumaje, para que desde allá puedan alcanzarnos hasta acá abajo, ellas y sus alas no se están quietas ni un momento, nos quitan peligros, enfermedades, hambre, malas ideas, peores decisiones e insanos pensamientos.
“Día de las Madres” ¡Ja!, qué poquito valor le dan a esa figura muchos en la insensible tierra, qué mínimo son aquellos que le ponen un solo amanecer, una media mañana, una tarde, una noche y una madrugada a quien los 84 mil 600 segundos de cada día, lo tienen ocupados en pensar en sus hijos, en los suyos.
Madre sólo hay una, pero hijos también sólo hay uno, pues aunque esa sacrosanta mujer tenga dos, seis o 10 vástagos, siempre su hijo, exactamente ese (aquí la magia de que todos están al mismo tiempo en ella, por delante o en primer lugar de sus pensamientos) ocupa su mente y preocupa su existencia.
Y seguros estamos que también allá en el cielo no cesan de estar al pendiente de nosotros.
Si la tienen, gócenla sin medida, ni descanso, ¡Ah! y nada de obsequiarles instrumentos de tortura (sartenes, licuadoras, planchas, cafeteras y demás), en esa fecha tan comercialoide denle una jornada gigante, un gran día, con comida y cena incluida, postres y merienda de intermedio.
Pero sobre todo que Mamá (con mayúscula) se lleve besos, abrazos y muestras de cariño, que nunca serán los suficientes que merece.
Y díganle que la aman, eso es muy importante, lo más.