Este año que termina, fue para mí un duro maestro.
Me dejó lecciones dolorosas, pero inolvidables, y aprendí.
Aprendí a reconocer la cara ingrata de la indiferencia y la inmensa distancia de quienes no me quieren, así como también la generosa, dulce e infinita paciencia de quienes sí, a pesar de mí.. Aprendí a dosificar mi confianza en los demás y a perdonarme a mí primero. Aprendí a no creer en todo lo que me dicen y a no decir todo aquello en lo que creo.
Este año vi a mi madre enferma morir lentamente y conocí la tormenta emocional que se forma cuando agradecí a Dios por su descanso en medio del dolor por su partida y su ausencia. Este año que termina, aprendí a llorar de otro modo y a reírme de mí misma.
Este año aprendí, que el amor -idealizado- es como una droga alucinógena que nos hace ver personas que no existen y que muchos familiares son solo parientes vinculados por coincidencias genéticas y que, en realidad, nunca llegamos a conocer bien a nadie; ni siquiera a nosotros mismos…Y, que la soledad a veces duele y otras veces reconforta.
Aprendí que a veces, desnudar el alma atenta más contra el pudor que desnudar el cuerpo; porque exhibir las heridas nos hace más vulnerables y significa más que mostrar atributos. Aprendí que hay abrazos que no significan nada y silencios que lo dicen todo….hay quienes queriendo ayudar me hundieron y otros que queriendo hundirme me ayudaron. Aprendí que cada quien vive en su propio mundo, un poco real, un poco imaginario en el que a veces nos encontramos y muchas otras veces nos perdemos. Cada cual en su propio mundo, con sus metas, sus ambiciones, sus ideas, su visión…con la que no siempre empatamos, donde no siempre cabemos…Algunos de esos mundos resultan verdaderamente inhóspitos infiernos y otros -muy pocos-, son una especie de “tierra prometida”…pero ajena, siempre ajena. Porque cada mundo es personal.
Este año, luché como nunca, porque luché contra y por mí misma. Rompí mis propios límites, exploré nuevas cosas, cerré viejas puertas y abrí algunas nuevas. Escribí y borré, leí y pensé, me equivoqué y corregí. Me hice un poco más vieja, un poco más sabia, un tanto más loca, otro tanto más cuerda.
Fui luz y fui oscuridad, fui ansias y fui paz, fui alegría y fui tristeza, fui ilusión y fui decepción, fui sueños y pesadillas, tuve miedo y tuve valor, tuve fuerza y tuve cansancio… Algunos días, salí a enfrentar la vida portando una armadura de guerrera para proteger mi corazón roto o mi alma herida. Otras veces, iba con el corazón íntegro en la mano, el espíritu fuerte y la sonrisa franca…Pero fui, -siempre fui-aprendí y aquí sigo, lista y puesta para lo que sigue.