Se acercaba la navidad de ese año 1971, cuando yo cursaba el tercer grado de primaria. La maestra, había decorado el salón con motivos navideños y un pequeño pino artificial puesto en el rincón donde normalmente estaba el perchero donde colgábamos los suéteres y los abrigos. Ese día, la maestra nos dijo que el último día de clases, antes de salir de vacaciones de invierno, haríamos una fiesta en el salón y un intercambio de regalos. También se nos asignaría llevar canapés de pan Bimbo con Cheez-Whiz, un pastel de chocolate, vasos, platos y servilletas desechables y una caja de cocas. Así que repartió una hoja con un recado para nuestros padres, explicando que a más tardar el lunes de esa semana debíamos llevar un regalito con un valor equivalente a lo que hoy en día serían entre cien y ciento treinta pesos y que los refrigerios los llevaríamos el día de la fiesta de Navidad. Luego puso en una caja los papelitos doblados con los nombres de cada uno de los niños del salón; la agitó y nos llamó por orden de lista para que sacáramos el papel con el nombre del compañero al que nos tocaría llevarle un regalo. Nos insistió mucho en que, para hacer las cosas más divertidas, debíamos mantener en absoluto secreto el nombre de la persona que por azar se nos había asignado, y que solo colocáramos el regalo abajo del pino donde estaría hasta el día de la fiesta.
Recuerdo bien que mi mamá me llevó a una tienda donde compró el regalo que me tocaba dar, era un juego de mesa que por un lado era Damas Chinas y por el otro era Serpientes y Escaleras; lo envolvió con papel rojo, le puso un moño verde y una tarjeta que decía “de parte de Susy Valdés”. Día tras día durante esa semana los regalitos envueltos en papel de temporada fueron acumulándose bajo el pino aumentando gradualmente las emociones y expectativas que puede sentir un niño de nueve años, previas a la Navidad y a las vacaciones. Sin embargo, había entre los regalos uno que no estaba envuelto y que fue puesto abajo del pino en la fecha límite. Era un osito de peluche, visiblemente viejo y maltratado que había llevado una niña de nombre Evita, quien había sido compañera desde el primer grado, pero que desde que entramos al tercer año, llegaba a la escuela mal peinada, llorosa, mocosa, sin almuerzo, con la ropa desaliñada y en ocasiones olía mal. ¡Nadie quería ser el destinatario del regalo de Evita! El día de la fiesta, la “teacher” nos fue llamando a uno por uno para que pasáramos al frente, tomáramos el regalo que habíamos llevado y nombráramos en voz alta a la persona a la que nos había tocado regalar. Lucy a Magda, Magda a Toño, Toño a Gustavo, Gustavo a Lupita, Lupita a Federico, Federico a Martha, Martha a Evita y…¡Evita a Susy! Una estruendosa carcajada burlona se escuchó en el salón cuando pasé a recoger el “regalo” viejo, usado y maltratado que nadie quería y como a esa edad uno no puede esconder su descontentó, simplemente hice un berrinche y me puse a llorar, tomé el regalo con cara de “fuchi” y ni las gracias le di.
Antes de salir, la maestra me llamó para explicarme que los papás y hermano mayor de Evita habían tenido un grave accidente en la carretera a Laredo. Su hermano falleció y sus padres llevaban dos meses internados en el hospital. Evita estaba bajo el cuidado de su única abuela, que ya era muy mayor y además estaba muy triste por la tragedia. Me dijo que el osito de peluche que recibí era en realidad el juguete preferido de Evita, quien al no haber podido comprarme un regalo nuevo, me llevó lo que para ella era lo más querido: el osito de peluche, al que se aferraba todas las noches cuando se sentía sola. Desde entonces aprendí que el valor y el precio de las cosas no son lo mismo…hay regalos que valen muchísimo más de lo que cuestan.
Nunca más volví a saber de Evita, quien (al igual que yo) debe andar cerca de los 60 años de edad. No sé que fue de su vida…solo sé que cada Navidad la recuerdo, que quisiera pedirle perdón por lo tonta que fui aquel día, que espero que hayan sanado sus profundas heridas que yo desconocía, que de algún modo haya podido superar sus dolorosas pérdidas y que Dios le otorgue muchas bendiciones.