Con pena, y en honor a la coincidencia en el trabajo periodístico, cercana o distante, me he resistido escribir sobre el gremio. Primero, porque aunque he ejercido el periodismo, no tengo el permiso que otorga una academia, ni siquiera una “patito”. Si dos décadas de experiencia valen, pues que sean aval de haber creado mecanismos de reflexión y no necesariamente una profesión, mucho menos una profesión de fe.
Ante todo, debo confesar que sí, en una ocasión recibí un “chayote”. Y debo aclarar que no me enteré sino hasta después. Yo, en una situación difícil, recibí un dinero (una miseria) a trasmano, de parte de alguien a quien hice muchos favores. Supuse que era una forma de agradecimiento, pero no, era un vil “cochupo”. Y todo por autorizar información que sí me pareció adecuada.
Esto me pone a reflexionar sobre la verdadera naturaleza del “chayote”. Pagar por difundir información es una tontería. La información se emite bajo varios criterios. El error de los jefes de prensa de empresas y políticos es no saber plantear correctamente esa información. No es necesario corromper al medio. Es mejor mantener ese medio de comunicación libre de presiones porque así crece en credibilidad y, por consecuencia, la información tendrá mayor impacto.
Pero la selección de jefes de prensa suele ser sin criterio, sólo por compromiso, simpatía, disposición o imagen. No se evalúa la capacidad de redactar información, de hacerla atractiva para un medio, de dar elementos que enlacen los datos con el interés general, pero filtrar discretamente el interés muy particular de quien emite esos datos.
La mayoría de las veces hasta mencionar ese interés resulta innecesario. Los datos bien organizados y bien emitidos, desencadenan reflexiones y reacciones. Si los datos son verdaderos, las conclusiones serán adecuadas. Así se forman conciencias, no opiniones. Pero aquí entra el fiel de la balanza: la veracidad. Si se ha estado corrompiendo sistemáticamente a un medio de comunicación durante mucho tiempo, su credibilidad cae en picada porque su información no corresponde a la realidad sensible del que recibe la información. Ya no le da elementos para formar criterios, sino intenta imponérselos. Así se forman corrientes de opiniones que sólo crean confusión sobre los temas actuales, opiniones que se disuelven o hasta se contradicen rápidamente con el tiempo. Desvirtuar así la función informadora de un medio de comunicación deja libre el campo para la llamada novedosamente “infodemia”, que no es otra cosa que la manifestación salvaje de algo que ya existía y era administrado cuidadosamente desde mesas de redacción infiltradas por intereses generalmente políticos.
El problema es que esta plaga no es nueva. Entre reporteros se ha visto como una actitud normal “servir” no a su público sino a quienes les pagan, y no necesariamente desde el medio para el que trabajan. Así lo creen, y además creen que es lo correcto.
Filtrar información, por ejemplo, con la muletilla “una fuente interna aseguró…”, es tan sospechoso como si dijéramos “pues dicen, pero a mí no me consta”. Esto no es, de ninguna manera, una información periodística sino un dato emitido deliberadamente con un propósito que no es mantener informado a un lector sino inducirle una opinión.
Reflexiono sobre esto porque he visto, durante meses, infinidad de publicaciones en medios y en redes. Muchas de ellas de reporteros y columnistas que conozco. Muchas de ellas no tienen ni siquiera la decencia de encubrir sus propósitos. Se suman a la infodemia sin el menor recato. Replican “memes” y notas sin verificar que estén sostenidos por la única condicionante del periodismo: la verdad. Además, por comentar, editorializan, y como un editorial es una opinión de un medio no de una persona, acaban de hundir más la credibilidad de ese medio.
Lo peor es que muchos de esos, de los que conozco, han medrado del oficio no periodístico sino “chayotero”. Sus opiniones son sólo la defensa de un sistema de lucrar con la información con absoluto desprecio a la deontología periodística. Un desprecio también a su lectores, televidentes o auditorio. Un desprecio al oficio que, además, sigue el ejemplo de muchas empresas mediáticas donde no se reciben “chayotes” sólo se llega a acuerdos de beneficio mutuo. La situación fue creada por políticos y empresarios, y los medios ya no se quieren desligar, no porque no haya manera de hacerlo sino porque es más cómodo seguir así. Y porque los hicieron creer que una empresa periodística es lo mismo que cualquier otro tipo de empresa, y podrá parecerse operativamente, pero lo que produce la hace excepcional.
Antes el resultado de todo esto era la confusión, pero en esos tiempos esa confusión era administrada. Ahora, quienes crearon el sistema ya no lo administran, aunque lo intentan desesperadamente. A estas alturas ya no se trata de confusión sino de caos, y el caos es incontrolable e imprevisible.
Bueno, sólo sé de alguien que puso sacar algo concreto del caos: Dios. Así es que habrá que ponernos a rezar con mucha fe… de la buena, o de e-ratas.