Desde que México nació como república, hace ya más de 190 años, el fraude electoral prácticamente se incrusto en el ADN del sistema político, cubriendo con su manto el frágil entramado democrático y, con ello, violentando los procesos electorales y la designación de presidentes de la nación, senadores, diputados, gobernadores y alcaldes por casi dos siglos.
La reelección de mandatarios como Antonio López de Santa Anna, Benito Juárez o Porfirio Díaz, por citar sólo unos ejemplos del Siglo XIX, hasta la exigencia de Sufragio Efectivo, No reelección, enarbolada por Francisco I. Madero, que detonó la Revolución Mexicana, los procesos electorales eran prácticamente mero trámite, en el que conservadores y liberales, se compartía el poder político –y el económico-, mediante acuerdos cúpulares, traiciones y muchas, muchísimas, a balazos.
El triunfo revolucionario, que llevó a la presidencia a Madero, y sus posterior magnicidio, intentó crear, ya con Venustiano Carranza, como mandatario de la nación, un verdadero sistema electoral para que fuera en las urnas y con votos, y no a balazos en los campos, calles de las ciudades y centros de trabajo, la disputa electoral se realizará más o menos de manera pacífica y civilizada.
Sin embargo, construido desde las alturas (Presidencia de México) y no desde las bases sociales, el Partido Revolucionario Institucional –primero fue el Partido Nacional Revolucionario o PNR, después el Partido de la Revolución Mexicana, para quedar por último en Revolucionario Institucional-, del que ni un esbozo democrático ha surgido de su l interior.
Por décadas, los mexicanos hemos asistido a los procesos electorales, con la certeza de que pese a quien se vote, los resultados ya están decididos desde antes “ya tenemos el ganador, nomás nos faltan las votaciones”.
Durante todo el siglo XX y lo que va del XXI cientos de prácticas antidemocráticas fueron usadas en todas las elecciones, ya sean federales o locales, para imponer desde el poder político a sus allegados, o bien, para detener el avance de la oposición.
Y no sólo el PRI ha recurrido a esas trampas y mañas. También lo han hecho el PAN y el PRD, y los diversos partidos que a lo largo de décadas, han nutrido de siglas nuestro el glosario de la incipiente democracia mexicana.
Este 1 de julio, en el que estarán en juego más de 19 mil puestos de elección popular, y decenas de miles de empleos en la administración pública, que será renovados (o ratificados) mediante el voto ciudadano que se incline por tal o cual partido, la tentación de hacer un fraude o buscar alterar los resultados, será más que tentador, un acto desesperado de supervivencia política y económica.
De hecho, los fraudes electorales se dan en tres tiempos, antes de las elecciones durante las campañas políticas, durante la jornada de votaciones y después, ya en el cómputo o conteo de votos en las comisiones distritales y municipales, y otro más, pero más sofisticado y por ello, aún sin tipificar como tal, en los tribunales electorales, en donde mediante las impugnaciones, algunos partidos y candidatos logran revertir la derrota o victoria conseguida en las urnas por sus oponentes.
La guerra sucia, con toda la carga emocional y de información o desinformación que se vierte desde el inicio de las campañas electorales, forma parte de esta cultura de fraude electoral.
Por años, medios de comunicación, periodistas, observadores electorales, partidos políticos y las mismas autoridades electorales, han conocido y documentado, o bien han recibido denuncias sociales de estas prácticas antidemocráticas.
Compra de votos, acarreos, manipulación de resultados, ratón loco, duplicidad de credenciales de elector, robo de urnas, urnas embarazadas o rellenas, desaparición de urnas, quema de urnas, cambio de casillas, retraso en apertura de las casillas, casillas lentas para votar (si aún no hay muchos votos a favor de un partido o candidato).
Asimismo se comete fraude electoral cuando las casillas se afirme que los votos se acabaron con rapidez, falta de papelería electoral, cambio de papelería electoral, robo de papelería electoral, falsificación de boletas, llenado de boletas previo o posterior al conteo, anulación de boletas, listados nominales de votantes falsos, alterados, y en donde los muertos o presos llegan a votar.
Suplantación o cambio de “última hora” de funcionarios de mesas de votación, suplantación de los mismos en las mesas de votación, aparejado a la violencia contra los funcionarios de las mesas receptoras de votos, desaparición de funcionarios de casilla, alteración del conteo de los votos al final de la jornada, suplantación de las actas de escrutinio y las sabanas con los resultados, y “errores humanos” al contabilizar los sufragios, pasando del 2 más 2 son 4 y luego 16.
También estarán en operación los grupos para el reparto de desayunos, comidas y meriendas, de dinero en efectivo, así como de enseres domésticos, despensas, sillas de ruedas, muletas.
De manera previa se hicieron muchas de estas prácticas, además del abuso y sobrepase en los gastos de campaña, violencia (hostigamiento de candidatos y simpatizantes) desaparición y hasta el homicidio.
Todo con el afán de preservar el poder político y, sin duda, el poder económico.
Los mexicanos seremos testigos de esta jornada electoral, en la que la denuncia ciudadanía será a estar atentos por si hay visos e intentos de un fraude electoral, o en el mejor de los casos, seremos testigos del poder de la democracia.