La victoria contundente de morena y sus aliados en la elección del domingo no puede, ni debe, ser interpretada como el deseo espontáneo de una mayoría que apoyó a la hoy candidata electa en base a su carisma, sus propuestas o su trayectoria.
Esta, la del dos de junio, fue una elección de Estado.
Ni en los tiempos más aciagos de la endeble democracia mexicana se había tenido una campaña política tan extensa, tan impune y tan descarada como la que desde 2018 inició el mesías tabasqueño, quien, fiel a su esencia y desde su púlpito mañanero, se pasó su sexenio haciendo lo que mejor sabe hacer: victimizarse, dividir y mentir.
Si la campaña que llevó al poder a morena en el 2018 es la consecuencia de 12 años de cerrar calles, gritar fraude y maldecir a los rivales y a las instituciones, la elección del 2024 se ejecutó a lo largo de seis años y desde el palacio nacional mucho antes de que otros partidos comenzaran siquiera a reorganizarse después de la derrota.
López nunca se quitó el chaleco de coordinador de campaña y aprovechó a la perfección la tribuna presidencial para movilizar al estado bajo su responsabilidad -que no gobernar, porque nunca lo hizo- y prepararlo para el dos de junio en su proyecto de santificación como el mesías, el moderno Quetzalcóatl tabasqueño que ya logró la canonización a través del pueblo sabio.
El presidente siempre supo que para perpetuarse en el poder tenía que consolidar lo que inició en el 2006, exacerbar la división de una sociedad desigual. Entendió que para ganarse lealtades tenía que gastar dinero, y lo sacó de donde pudo. Se aseguró de compartir el poder con quienes lo ejercen de facto en el país: los militares y los criminales. Alentó a diario narrativas elaboradas con desinformación y mentiras, amplificadas con paleros, reales y virtuales. Extendió sus brazos y recibió a cuantas ratas de la política abandonaron los barcos partidistas que con la derrota del 2018 comenzaron a hundirse.
Y mientras esto ocurría en el palacio nacional, en las calles del país la campaña avanzó cinco años sin obstáculos. El territorio lo compartieron, unidos por la impunidad, los siervos de la nación recolectando firmas, asegurando votos y repartiendo dádivas. Por el otro, los grupos criminales cobrando piso, matando rivales y desapareciendo personas por encargo, aún después del cierre de las casillas, como ocurrió en Oaxaca y Michoacán. La estrategia del garrote y la zanahoria reflejada en casillas en la sierra de Durango, donde todos votaron por morena.
La prolongada campaña electoral fue tan implacable que los mediocres líderes de la oposición, en su esfuerzo por sobrevivir políticamente y mantener su nivel de vida, construyeron una burbuja en complicidad con pseudorepresentantes de la sociedad civil sin más poder que una abundante cuenta bancaria. En esa burbuja se mantuvieron autoengañándose de que podrían regresar a la victoria, y cuando la mejor candidata aceptó, ya era muy tarde. Para su desfortuna, los que pudieron haber cambiado el rumbo de la elección o se quedaron en sus casas, o confundieron la democracia con la cómoda ‘memecracia’ de las redes sociales y dejaron que su clasismo y el falso sentido de superioridad que da un título universitario, una gerencia o un negocio propio les impidiera ver con claridad.
Los indicadores económicos revelan que con el obradorato los de abajo viven mejor, y por eso votaron por su sucesor. Esa es la mitad de la respuesta. La otra es que la evangelización matutina del mesías bananero les llenó el espíritu con ‘detentes’ y exorcismos contra los demonios aspiracionistas, clasistas y conservadores. Al mismo tiempo, las reformas, los aumentos y las becas les llenaron el bolsillo.
Si no sucede nada extraordinario en los cómputos finales, morena repetirá en la presidencia con una cómoda mayoría legislativa que le dará carta blanca a la primera mujer que llega al cargo, pero no al poder, porque es evidente que su santidad tabasqueña seguirá moviendo el país a su antojo.
Que pena que la primera mujer presidenta sea electa así, bajo la sombra del caudillo y con el descarado impulso del Estado.