Las fuerzas regresivas de dentro y de fuera están arreciando sus embates en contra de México y los mexicanos como consecuencia del avance de la Cuarta Transformación, esto es, el triunfo de la revolución pacífica que ha vuelto el poder al pueblo en concordancia con el Art. 39 constitucional. Que sea la gente de carne y hueso, de leche y pan, la que decida, no cuadra a la oligarquía planetaria que patrocina guerras, genocidios y destrucción inimaginable con tal de seguir acumulando riqueza.
Destacan tres polos visibles que representan al poder imperialista con sus idearios de superioridad, dominación, control y explotación, que se entrelazan entre sí para lograr sus objetivos. Al interior, el PAN como aglutinador de la ultraderecha con sus múltiples cabezas, empresariales, organizacionales y confesionales; fuera, los gigantes del capitalismo norteamericano y los ultra radicales de la Unión Europea.
Al triunfo de la Revolución Mexicana y la vigencia de la Constitución de 1917, que no fue inmediata, sino paulatina y dolorosa, se dieron las presiones de los potentados norteamericanos y europeos que ostentaban y explotaban enormes extensiones de tierra para obtener petróleo, carne, productos agroalimentarios y agroindustriales, por evitar que se regulara la propiedad rural y que se procediera al reparto agrario por el cual lucharon los campesinos.
Muy conocida es la respuesta de Robert Lansing a Randolph Hearst en la que recomienda formar en las universidades norteamericanas a los jóvenes ambiciosos que habrían de entregar a México en bandeja de plata, sin que los Estados Unidos gastara un dólar o quemara un cartucho. Luego de la gran fake news de la Matanza de Tlatelolco, por medio de la cual se desacreditó al gobierno progresista del presidente Gustavo Díaz Ordaz, se inició el proceso regresivo.
El gancho fue simple: créditos a pasto. El presidente Echeverría, del cual abominaría el propio Díaz Ordaz, fue convencido de que convenía más a México el otorgamiento de créditos de la banca internacional encabezada por la norteamericana, para que el gobierno llevara a cabo sus propios proyectos, en lugar de la inversión extranjera directa. Nada nuevo, John Quincy Adams, presidente de EU, dijo: “Hay dos formas de conquistar y esclavizar a una nación, con la espada y con la deuda”.
Durante el periodo neoliberal, las empresas transnacionales, protegidas por los gobiernos locales y de las potencias, esclavizaron a los trabajadores y devastaron el territorio nacional de la mano de los magnates autóctonos, que no se tientan el corazón para dejar morir a la gente si eso acrecienta sus capitales. Televisa se apresuró a desmentir que en la sierra Tarahumara los jefes de familia rarámuris preferían aventarse a los precipicios con toda la prole que verla morir de hambre y enfermedad.
Con los gobiernos de la Cuarta Transformación, la gente y su hábitat han vuelto a ser más importantes que el dinero. Eso no les gusta a los panistas fifís que claman porque se tipifique la producción y el tráfico de estupefacientes como terrorismo para dar pie a la injerencia de las fuerzas armadas de Estados Unidos en México; ni a la ultraderecha europea que está utilizando a Felipe VI como pretexto para vituperar al gobierno que los mexicanos se han dado; menos a la cerrada cúpula de magnates que dominan el planeta, cuya ambición no tienen límites.
Lo explica perfectamente Peter Phillips en su libro Titans of Capital: “Los titanes participan en varios grupos políticos, siendo el Consejo Atlántico uno de los más poderosos. Al menos la mitad de ellos acude a Davos cada año, lo que amplía aún más su alcance en los entresijos del poder. En última instancia, los gobiernos capitalistas están estructurados para proteger al capital, razón por la cual la riqueza de los titanes sigue aumentando”.