En esta vida que nos tocó vivir cada persona tiene su Historia, algunas veces tristes otras tantas de alegrías acumuladas y también de amores que se van; pero escribir de mi hermano Guillermo es acariciar en mi mente tiempos idos cargados de afectos muy intensos, vivencias inolvidables, errores compartidos, complicidades calladas, cinismos discretos y espiritualidades consagradas, de todo eso estaba hecho nuestro vinculo de hermanos.
Lo recuerdo inmovilizado con sus libros de medicina en su escritorio de madera en nuestras edades remotas de estudiantes en la colonia tecnológico en Monterrey. Nunca le gustaron las miradas ni los argumentos de fanático, siempre fue moderado y de ánimo turgente. Y así con palabras quiero evitar su olvido, trayendo con mis letras retazos de su vida uniéndolos con paciencia, tal vez agregando con fantasía y ficción lo que no recuerdo con nitidez hasta reconstruir para mí el pasado de mi hermano, para que siga siendo presente.
Con su partida comenzó a crecer cierto silencio en mi interior, y sin Guillermo una nueva vida llegó a mi vida que me dejó tocado con un dolor oculto. Recuerdo que en nuestra juventud de estudiantes a medida que el sacudimiento de las canciones con guitarra y la abundancia de cerveza nos calentaba el alma nos deshacíamos de las filosofías superfluas y fluía sin pudor el subconsciente.
En una ocasión mi madre llegó sin avisar un sábado por la mañana, éramos jóvenes estudiantes estrenando su libertad, una noche de juerga nos antecedía y había mucha evidencia de botellas de alcohol consumidas esparcidas por toda la sala. Y cuando creíamos que le habíamos dado majestad a nuestra francachela llegó el aviso involuntario de mi tío Guillermo, hermano de mi mamá quien vivía en el mismo edificio en la planta baja y nos dijo:
-Oigan sobrinos, llegó tu mamá a mi casa, al rato sube.
La que debió ser interpretada como una romántica noticia de una madre que visita a sus hijos, más bien fue tomada como el sonido de una alarma que súbitamente nos alivió la cruda que Guillermo, Francisco y yo traíamos, y en un tiempo récord dejamos nuestro departamento más limpio que un quirófano.
Un tiempo en que la vida y las circunstancias nos barajeaban el destino cuando nos tratábamos con brusca ternura y navegábamos juntos en nuestros espíritus, cuando como parte de nuestra juventud para todo nos decíamos:
– Tu aviéntate, el miedo no tiene vergüenza.
Éramos abiertos, algo iconoclastas, un poco cínicos, críticos, opuestos a todo y a todos, además de sarcásticos y muy felices; y debo decir que Guillermo y yo nos parecíamos en gustos y manías, pero no en el carácter, él tenía una dignidad un poco engolada que algunas veces tache de arrogancia, pero concluyo con el paso del tiempo que era nuestras diferencias de temperamento y así nos amamos y así nos aceptamos.
Guillermo heredó de mi madre un corazón sensible que lo aterrizó en su esencia bohemia, y de mi padre una objetividad perruna que lo hacía tomar buenas decisiones muy seguido, se sentía muy a gusto con su vida.
Admiraba de mi hermano lo que entonces consideraba la perfecta lucidez de su inteligencia generosa y fui testigo presencial de su inquebrantable vocación de médico cuando en una ocasión su hijo Guillermo de 8 años, Memito para sus tíos, tuvo un accidente en casa de los abuelos y al caer al suelo se partió el labio superior, la sangre comenzó a fluir y mi entendimiento quedó colapsado al escuchar los gritos de dolor de mi sobrino, pero ahí estuvo Guillermo impávido, haciendo frente a una situación de angustia sin dejarse dominar por la agitación del momento y tomando decisiones puntuales con una parsimonia envidiable.
Como pediatra que fue, su consultorio y el hospital del IMSS fueron su lugar de trabajo durante muchos años, no le gustaba ser un médico retrechero, aquel que elude la confesión de la verdad a los parientes de sus pecientes; y en los muchos azares que tiene la vida conocí a una de sus alumnas que tuvo en la residencia, hoy muy destacada pediatra, lo que me permitió tener otro ángulo de quién era mi hermano. Me gustó escuchar de ella cuando me dijo:
-El doctor Chávez era muy determinante en sus instrucciones, pienso que era porque tenía los conocimientos y no dudaba, yo quise llegar a ser como él.
En ese mismo tenor mi hermano era un poco juguetón con su equipo de trabajo, y aunque las guardias fueran extenuantes él las hacía amenas; en una ocasión que trajo a un bebe al mundo la enfermera que tomaba el historial clínico del recién nacido le preguntó:
-¿Sexo doctor?
Mi hermano con su temperamento gracioso y sicalíptico le respondió:
-Mmmm, pues de vez en cuando.
Era un hombre bien dotado para la bondad, lo que en él resplandecía era su corazón, no pedía permiso a nadie para sus actos de filantropía y en pleno Covid las penurias propias no lo alejaron de las penurias ajenas y aún en los días más difíciles de la pandemia no postergó sus labores de misericordia para con sus pacientes y siguió trabajando con una sensación irracional de impunidad sanitaria, y en el vaivén tempestuoso de las cosas humanas un 22 de agosto me dijo:
-No tengo gusto y no tengo olfato.
Después de este día nunca hubo una notable mejoría, el amor a mi hermano nos inducia a engañarnos con espejismos de mejorías inexistentes y lamentablemente se le cruzó el día lunes 21 de septiembre y en esa fecha se le acabó su espíritu consecuente y la claridad del pensamiento.
El dolor de su ausencia y el agrio sabor de su muerte me ubicaron en una nueva realidad. Después de la muerte de mi hermano aprendí que con el tiempo se acaba el dolor, pero humanamente no la condena de su ausencia. Un hombronazo valiente y alegre con la canción siempre lista en los labios y buena disposición para echarse al hombro a quien necesitara su ayuda.
Nunca lloré a mi hermano tanto, creo que porque tuvimos muchas pláticas y sabíamos que nacer es empezar a morir. Siempre tuvimos la duda de por qué la muerte nos causa tanto dolor a pesar de saber que es inevitable. Siempre nos dijimos:
-Si me muero yo primero no quiero que dejes de ir a trabajar ni que me llores tanto.
Yo he cumplido, pero de la nostalgia que ocasiona el recuerdo no acordamos nada. Te amo manito Yemo y también te extraño.
El tiempo hablará.