Si me han leído en otras ocasiones, sabrán que desconfío de las encuestas de opinión. Más aún de las que evalúan a personajes políticos directa o indirectamente. En el supuesto de que las encuestas sean rigurosas (y las hay), sus resultados son como la foto de un instante. Usarlas para tomar decisiones es andar sobre terreno movedizo. Para que mantengan una vigencia muy relativa es necesario difundirlas, llevarlas a primera plana y a titulares, comentarlas, explicarlas, cacarearlas pues. El levantamiento sistemático de esas encuestas, en períodos regulares, es más útil pero sólo puede dar tendencias. Y siempre nos topamos con un factor que ensucia el rigor de una encuesta: su divulgación. Que todos conozcan las cifras de una encuesta predispondrá a los encuestados frente a otras encuestas iguales o similares. Eso lo vimos, y creo que lo seguiremos viendo, durante cada proceso electoral. Encuestas oportunas que se pudren más rápido que un jitomate en verano.
Todas las encuestas implican hacer futurismo sobre bases subjetivas. Una opinión no necesariamente está sustentada, siempre tiene una buena dosis de prejuicio. Entonces, una opinión como materia prima de una encuesta, no tiene cabida en la Estadística, que es una materia científica, sino más bien es pariente de la Literatura Fantástica o, mejor, de la Ciencia Ficción. La reiteración cuidadosa y discreta de las encuestas de opinión sobre políticos nos daría resultados más coherentes, pero siempre serán especulación.
En estos días he estado muy atento a una serie de TV. No me culpen, mi claustro doméstico no me da muchas opciones. La serie se llama “Foundation” y está basada en una saga de Isaac Asimov que inicia con el Ciclo Terrestre en la novela “I Robot”. La serie de TV está basada, por ahora, en una novela del tercer ciclo de la saga, el Ciclo de Trántor. Lo interesante es que aquí aparece un personaje, un científico llamado Hari Seldon, que desarrolla una ciencia, la Psicohistoria. Se trata de combinar varias disciplinas para… ¡adivinar el futuro! Seldon combina Matemáticas, Estadística, Sicología e Historia. Pero su registro y sus conclusiones (en las novelas son conclusiones desastrosas), funcionan bajo dos condiciones: que se aplique una cantidad multibillonaria de individuos y que éstos no sepan que se les analiza.
Sí, es ficción, pero se oye razonable, y hasta hay disciplinas muy reales que retoman parcialmente este modelo para explicar hechos históricos. En nuestras encuestas mexicanísimas es imposible cumplir todas las condiciones de Seldon. No son suficientes los sujetos analizados porque se encuesta sobre muestreos bajo el supuesto que implican a la totalidad. Basta con eso para que las Matemáticas le den un sonoro portazo en la nariz al más prestigiado encuestador. Tampoco cumplen con el criterio de la discreción, porque están hechas para divulgarse. Cien, doscientos, quinientos, mil changos y changas respondiendo lo que se les ocurre en ese momento, que puede cambiar media hora después, y que, además, puede volver a cambiar cuando se divulguen los resultados de la encuesta e inducidos por ella… No sé, me suena tan absurdo como adivinar el género de un bebé manipulando un péndulo sobre el vientre preñado.
No voy a cuestionar (más) la metodología de las encuestas de opinión sobre políticos, que finalmente son materia de la Mercadotecnia no de la Política. Presumo, por ejemplo, que las del Financial Times son serias. Su evaluación sobre la popularidad de los presidentes es interesante, un poco más creíble si revisamos que no se trata de nuestras encuestas electorales sino de un trabajo sistemático. Supongo que han sido rigurosos; eso parece al ver cómo se ha comportado la tendencia, en cada caso, desde junio del 2020 a la fecha (excepto por el italiano Mario Draghi y el español Pedro Sánchez, que se incorporaron después). Por lo menos la impopularidad de Jahir Bolsonaro sí que es incuestionable.
Pero no hay que olvidar que la opinión pública nunca es objetiva, que es caprichosa. Esto siempre lo demuestra esa magna encuesta de opinión que son las elecciones en México. Que el Financial Times coloque al presidente López en un lugar preeminente, sólo por debajo del hindú don Narendra Modi, debe estar causando gastritis a la ya de por sí colérica oposición. Pero sigue siendo subjetividad, y no califica a un gobierno sino a una persona. Hay más empatía que objetividad en esto.
No sé si divulgar esta encuesta haya sido una buena idea. La reacción, la reaccionaria, seguramente incrementará sus campañas para enlodar la imagen pública del Presidente. Esas mismas campañas que hasta ahora han servido para todo lo contrario a su propósito. Esas campañas que ahora, torpemente, incluyen amenazas directas contra los millones de simpatizantes de don Andrés… un argumento más contra el golpismo concertado desde la iniciativa privada y una pesa más en la balanza que agudiza la polarización social. Más ruido que chicharrones.
Así que no escarmentamos y seguimos caminando sobre terreno movedizo. Si bien la popularidad de don Andrés es verosímil, no es definitiva. Lo paradójico es que ha sido la propia oposición la que ha causado esa popularidad. Pero lo grave es que, enfrascados en esa guerra por caerle bien a la gente, olvidan lo sustancial, que es el análisis objetivo tanto del obcecado gobierno federal como de la desangelada, desprestigiada y frecuentemente cínica oposición. No, las encuestas de opinión no debilitarán al presidente López ni a la oposición sino a México. Porque no son encuestas lo que los ciudadanos necesitan para formar su criterio, necesitan estadísticas. La pura verificable verdad matemática, y nada más.