Necesario es aclarar que esto ocurrió cuando el alcalde de Monterrey era Óscar Herrera Hosking; el gobernador del “estado libre y soberano de NL” era AMD y el Presidente de este contrastante y castigado país era MMH.
Ya llovió, diría mi madre (la bella Doña Nica). Sí, ya pasaron un Gilberto, un Alex y un montón de aguaceros por estas tierras. De entonces a estas fechas, el Santa Catarina, ahí como lo ven de escuálido, se ha llenado y hasta desbordado en varias ocasiones.
La Macroplaza aún estaba por estrenarse, la Fundidora todavía echaba humo, agonizaba, pero “operaba”; los camiones eran trompudos y muchos (los de abajo, incluyendo los estudihambres, usábamos peseros).
Por las calles los ricos y algunos pillos andaban en sus autos Gran Marquis, Ford Mustang o Malibus, y la raza de la cultura del esfuerzo pagaba en abonos sus Vochos, Caribes o Atlantics del año (también de la Volkswagen).
Bueno, mucho rollo para decirles que era verano de 1984. Este reportero tenía entonces 21 primaveras y era una combinación de practicante-novato de periodismo. Ya había sido asalariado con el mínimo-mínimo en el periódico regional La Razón, pero ese gusano de hacer radio me había corroído al extremo de pedir chamba en el Grupo Radio Alegría, a prueba por un mes y “sin goce de sueldo”.
Y ahí estaba, frente a lo que podría ser el pase a la alternativa, al debut, a la gloria o al infierno, o a penar en el purgatorio.
Desmañanado, a las 9:00 horas en la redacción de Radio Alegría, con un Nescafé y un volcán en las tripas recibo la orden tajante del jefe de redacción Juan Alfredo Moreno Porras: “Vete al Crown Plaza, ahí se va a hospedar Juan Gabriel. Entrevístalo y no regreses sin la entrevista”.
Ay, cabrón. Meses antes había osado hacerle preguntas, titubeantes, temblorosas, pero al fin preguntas a Don Alfonso; había ido a dos asesinatos y ya había cubierto varios choques e incendios; tenía en mi haber entrevistas con Los Tigres del Norte, Óscar Athie y otros figurines del espectáculo, ¡pero a un famoso, de esa talla!
El hotel de Constitución y Emilio Carranza (de 15 pisos, la neta por aquella época) había sido inaugurado un año antes. Olía a nuevo.
Se me ocurrió plantarme en el Lobby a esperar al Divo.
Había amplios y cómodos sillones en el hotel con zonas a media luz como el bar y el restaurante y un trajín cañón de gente y personal. Al ser el hotel de moda, había ruedas de prensas de artistas, empresarios y uno que otro politiquillo y politicote. Eventos a granel.
Habría pasado desapercibido, pero algunos colegas que habían ido a ruedas de prensa de otros artistas, empresarios y etc. me cacharon. Les dije la neta, les platique mi encomienda.
-No chatito, está difícil. Con Juan Gabriel tiene que agendar, meses antes, no creo que te la dé (la entrevista). Aquí casi siempre habla con varios reporteros o periodistas, de El Norte, de Canal 12 y de Televisa, si acaso. –Me dijo Liliana González, quien reporteaba precisamente espectáculos para el Diario de Monterrey, mientras una amiga de ella, también colega, asentía con la cabeza, dándole la razón.
Yo le respondí con silencio.
-Pero, échale ganas, quien quite. Por ahí anda su representante.
Y lo encontré, encontré al representante: Jesús Salas.
Salas, le dije, -Como yo… tal vez seamos parientes.
-Déjame ver si va a dar entrevistas. Viene muy cansando.
-Aquí estaré –le dije pensando en voz alta que mi chamba, casi mi vida dependía de que me recibirá o no Alberto Aguilera.
El día, la tarde y la noche se esfumaron y Juanga no daba señas de querer recibir al reportero de Radio Alegría.
Para ese momento ya había entrevistado, con la grabadora-reportera de casete “normal” al representante Jesús Salas, a un músico, a un mariachi etc. Nada servía si recordaba la frase de “no regreses sin…
Al siguiente día Juanga se presentaría en la Monumental Plaza Monterrey. Había que regresar al hotel y continuar con la guardia y esperar a que saliera para seguirlo al estacionamiento o a la calle, o a ver que carajos se me ocurría.
Pero, ¿por qué solo yo hacía la guardia? ¿Dónde están tooodos los reporteros de espectáculos que persiguen, acosan, cumplen con su chamba de llevar (iba a decir el chisme, pero, no…) la noticia a su redacción. Luego entendería.
Pero bueno. Segundo día de guardia en el Crown. Las horas pasan, ya son las cuatro de la tarde. Intuyo que el Divo descansa y que ha desayunado y comido en su habitación, lo cual me confirman las camareras.
La angustia casi me agobia. Ya rondaba yo la suite donde reposaba el ultrafamoso cantautor –la cual por cierto, estaba en el cuarto piso, pero era de dos plantas, para fines prácticos el señor estaba en el cuarto y en el quinto piso.
Pero, lógico, en ambos accesos había gente de seguridad del hotel y de él.
Pues ahí andaba yo esperando un milagro, una aparición del divo o quién sabe qué fregados, cuando de repente pasan frente a mí los huercos de Chiquilladas (ver chiquilladas en Google).
Me cayeron del cielo, Dios me los mandó o fue un golpe de suerte de reportero (novato y sin sueldo, reitero) pues clarito oí a la niña más escandalosa cuando dijo: “Vamos a saludar a Juan Gabriel, por aquí está”.
Yo solo identificaba a la líder de ese grupo de chavitos famosos de la TV como la güerita, pero en realidad se trataba de Ginny Hoffman, quien junto con Carlitos Espejel, Chuchito, Pituka y Petaka (a Lucerito no recuerdo haberla visto) por ser estrellas de Televisa ostentaban un salvoconducto virtual para tocar la puerta del ídolo.
Me fui atrás de ellos. –Vamos, vamos –dije en voz baja.
Ginny toco a la puerta, y, madre santa: ¡abrió Juan Gabriel!
Estaba despeinado, somnoliento; llevaba una playera –entonces, a sus 34 años, era de complexión regular, cercano a embarnecer- pijama celeste y pantuflas.
-Hola, Juan Gabriel, vinimos a saludarte, te queremos ver –dijo emocionada la líder de chiquilladas.
Juanga se dejó querer, los abrazó, los besó; les dijo –con su característico tono de voz- que estaba muy bien y les deseó mucha suerte.
Y yo atrás de ellos, grabadora en mano, le dije (aprovechando la ocasión) –Juan Gabriel, soy de Radio Alegría, poooodríamos hablar.
Levanté poco a poco la grabadora esperando me diera aunque fuera unos minutos y mientras los de Chiquilladas aún estaban en el umbral de la habitación, me evadió con una respuesta que tenía lógica. Me dijo no, con una buena excusa.
-Ya hablé yo con Soltero… ya hablé con él.
Se refería a Jesús Soltero, quien junto con Edgardo (Aaaahhh, decía Juanga en su jingle de la MR), Edgardo Arrambide, era de los locutores de moda en la música pop de Monterrey.
-Ciao. Se despidió de los chiquillos y de mí.
Suspiré y me fui con ese velo de derrota que envuelve a los reporteros que son mandados a la chingada…
-¡Cómo que ya habló con Soltero, y a nosotros qué!; tu eres el reportero… nosotros vamos por noticias; es tu encomienda. Soltero es locutor, de cabina, tendrá sus programas, pero él no es de noticias, como tú. Regrésate. –Me dijo Porras.
Chingao. Si el día anterior hubiera encendido la grabadora, si le hubiera preguntados dos tres frivolidades, o le hubiese pedido un saludo a los radioescuchas de “La Nueva MR”… si le hubiera preguntado sobre su estado de ánimo, sobre Monterrey o porque era tan brillante.
Pero no, me chamaqueó frente a los de Chiquilladas.
Regresé al hotel y por la tarde me colé con el pull de prensa al concierto de Juan Gabriel a la Plaza Monumental Monterrey. Conciertazo. Cerró con “Querida”, mientras miles de regios iluminaban el recinto con sus encendedores y pequeñas velas.
Tampoco hubo entrevista, ni pa mi, ni pa nadie. Bueno eso creo.
Tercer día de guardia en el Crown Plaza, con el error a cuestas.
Juanga se presenta esa noche en el hotel para el público nice. Los boletos estaban agotados desde semanas antes.
Yo sigo buscando la entrevista.
Le mandé recados, le insistí a Jesús Salas, merodee su suite, el restaurante, el bar, el salón donde se presentaría y nada. Se me iba la alternativa.
La vuelta al área donde se iba a presentar me ilustró por donde caminaría para llegar al estrado.
Por la noche, poco antes de su presentación, ahí me planté, en un túnel por donde pasaría para llegar al escenario, que ya le aguardaba para rendirse a sus pies.
Pero, y si lo asusto, si cree que soy un fanático… en eso estoy, cuando un tipo de seguridad me cacha, me interroga y con ayuda de otro guardia me desaloja.
Desde entonces, cada que estoy ante una persona noticia, previa identificación, enciendo la grabadora, y si es una encomienda, soy voluntarioso, así me digan ya hablé con fulano.
A veces grabó de más, como en una ocasión en que platicando, le saqué una declaración a Vicente Fox sobre el Chapo Guzmán, pero esa, es otra historia.
A manera de posdata, le cuento que el fin de semana Televisa local proyectó la entrevista de su reportera (creo era Perla Cecilia) que entró con todo y cámaras a la habitación del divo, y la reportera de El Norte, la famosa desde entonces y muy buena reportera, Idalia Barrera publica en su medio el mismo día, una amplia charla con el autor del Noa Noa.
Porras me dejó la sección sobre la máquina de escribir que yo usaba, le puso un cuadro con bolígrafo rojo a la nota de Idalia y me escribió: Alejandro, así se reportea.
Años después, un buen, regresé a Radio Alegría, como subdirector de noticias y luego como director y de vez en vez recordaba la novateada aquella, y ahora con la partida del artista, irremediablemente traje a la mente… ¿Pero qué necesidad?