Dice un dicho mexicano muy popular: “No hay mal que por bien no venga”, el cual se puede aplicar al manotazo presidencial de Luis Echeverría asestado el 8 de julio de 1976 contra el diario capitalino Excélsior, dirigido entonces por Julio Scherer García, a quien ese día le quedaba al dedillo otro conocido refrán: “Cuando una puerta se cierra, otra se abre”.
En efecto, por paradójico que parezca lo que podría considerarse –porque lo es– una flagrante afrenta contra la libertad de prensa, se revirtió en una coyuntura propicia para el nacimiento del semanario Proceso que tanto ha contribuido a la apertura democrática en México a través de sus punzantes reportajes y sus certeras críticas, consolidando al más alto nivel la lucha por la honestidad informativa sin cortapisas.
En noviembre de 1976 –hace 40 años cabalmente– apareció el primer número del semanario pero la expectativa de Julio Scherer García y sus seguidores era originalmente editarlo como diario e inclusive hubo un intento de recuperar la dirección de Excélsior, con la esperanza de que la gente que había salido el 8 de julio regresara al entonces mejor medio impreso de todo México.
“El hubiera no existe”, me dijo varias veces Vicente Leñero, uno de los más fieles colaboradores de Scherer, cuando le preguntaba en mis constantes entrevistas qué hubiera sido de Proceso con una circulación diaria o si el grupo se posesiona de nuevo del diario de la vida nacional.
“La realidad es que estamos aquí y lo que importa es seguir el camino trazado”, insistía Leñero, especialmente en 1996, poco antes de que él siguiera el camino de Julio Scherer y Enrique Maza al renunciar el 6 de noviembre como presidente, vicepresidente y tesorero del Consejo de Administración de Comunicación e Información, S. A. de C. V., pero sin desaparecer del directorio.
Y a raíz de este movimiento interno se produjo la inconformidad de varios aspirantes a la dirección editorial del hebdomadario, como fue el caso de Carlos Marín, quien no deja de afirmar que fue Vicente Leñero el que invitó o incitó a don Julio a tomar tal decisión, pues el gran periodista de carrera no aceptaba hablar de su retiro del “mejor oficio del mundo”, como calificó al periodismo Gabriel García Márquez.
Otro ilustre hombre de la prensa de México, Miguel Ángel Granados Chapa, fundador también de Proceso aunque un día renunció y finalmente regresó al mismo hasta el día de su fallecimiento, siempre profesó una enorme admiración por Scherer, a quien dedicó un memorable texto en la remembranza que escribió aquel 6 de noviembre de 1996 por sus 70 años bien vividos y el 20 aniversario de la revgista, además de apoyar la elección de Rafael Rodríguez Castañeda como director.
Sin embargo, la controversia no ha dejado de acompañar a Proceso, pues uno de los más severos reclamos hecho a Julio Scherer y compañía es su propensión al sensacionalismo y al amarillismo, así como la falta de equilibrio en sus páginas para presentar las dos caras de la moneda o por su recurrente afán de presentar reportajes hechos sólo para crear escándalo, según la óptica de Sergio Sarmiento, también periodista capitalino.
Por eso, al criterio de que Julio Scherer García y Proceso han trascendido su propia historia, le acompaña un alud de señalamientos severos en contra, pues el gran periodista cometió el error en 1972 de aceptar el apoyo oficial del presidente Luis Echeverría durante el boicot que decretó contra Excélsior el grupo más poderoso de empresarios de México, por lo cual Carlos Ramírez le sigue asestando un duro juicio por tal subsidio oficial, lo que borra su imagen de hombre antisistema, disidente u opositor. “Era un crítico del poder desde dentro del poder”, acaba de señalar el autor de “Indicador Político”, en el mensuario “Letras Libres” con motivo del 40 aniversario del golpe atribuido a Echeverría contra la libertad de prensa.
Según Carlos Ramírez, Scherer se forjó en las reglas del sistema político, pues se reunía con Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría frecuentemente, y recibía regalos en señal de amistad, además de participar en giras con gastos pagados, aunque ésta era una costumbre de los tiempos en que la prensa estaba sometida por el sistema o convenencieramente se prestaba a la manipulación y la cooptación.
También Scherer ha quedado en la memoria de quienes le reclamaron dentro de Excélsior el desprecio a las bases trabajadoras de la cooperativa, que se revirtió contra él ese inolvidable 8 de julio de 1976, lo que le obligó a pedir, por medio del escritor Ricardo Garibay, la intervención del presidente Echeverría para detener a la “indiada” del área de talleres que así se estaba desquitando del ala intelectual del periódico que lideraba Julio.
Y no es poca cosa hablar de la solicitud hecha pública inmediatamente que tomó posesión José López Portillo como presidente de México para que, por medio del secretario de gobernación Jesús Reyes Heroldes, aquel validara en febrero de 1977 el regreso de Scherer y su grupo a Excélsior, pero que se frustró por una indiscreción del corresponsal del Nuew York Times, Alan Riding.
Sea lo que fuere, la presencia de Proceso y lo hecho por Julio a través de este semanario formador de periodistas independientes, es digna de tomarse en cuenta por su trascendencia en la vida democrática de México ya que con una valentía inusitada ha dado a conocer sucesos y conversaciones que los poderes tratan de ocultar a la opinión pública.
“No hay mal que por bien no venga” es una realidad que arrojó el manotazo de Luis Echevería, pues el éxodo de periodistas de Excélsior multiplicó los espacios de crítica al poder al surgir en 1997 el diario Unomásuno, por su significativa labor en los dos primeros años, y luego La Jornada y El Financiero, además muchas otras publicaciones a lo largo y ancho de la república mexicana, al respirar los aires de libertad de los que se ufana aún Proceso, que fue la puerta que se le abrió a Scherer y compañía al ver cerrada la del diario de la vida naciona.
Y, finalmente, nadie puede negar que la que salió ganando fue la opinión pública nacional, pues es la que sostiene la vida del semanario político al retirársele la publicidad oficial desde los tiempos del presidente Vicente Fox y Martha Sahagún, y no se diga ahora que Enrique Peña Nieto es “ventaneado” en sus páginas con el remarque de sus garrafales errores.
Así es que no hay duda de Scherer y Proceso ya han trascendido a su tiempo. Pero no deben ocultarse los puntos que podrían haber dado un vuelco a esta contundente realidad informativa, si hubiera sido diario en vez de semanario o si el grupo de don Julio regresa a Excélsior. Sin embargo, como decía Vicente Leñero en este caso como en otros muchos: “El hubiera no existe. Y lo que cuenta es que estamos aquí en la calle Fresas pero no en la calle”.
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