“Si el miedo o la tristeza duran mucho tiempo, tal estado es propio de la melancolía.”, dijo don Hipócrates de Cos en alguno de sus aforismos. En aquella notación rara de humores que imaginó, le asignó a los melancólicos la bilis negra. No sé si hay una bilis negra secretada por el bazo, pero como don Hipócrates es el “Padre de la Medicina”, habrá que creerle. Y sí le creyeron, porque durante siglos otros médicos dieron continuidad a sus temperamentos. Algunos fueron más afortunados o más precisos que otros, pero todos identificaron una actitud humana que no distingue edad, género ni estatus. Sólo con la muy rabona descripción de don Hipócrates, cualquiera se entera de que hablaba de la Depresión.
Recién le atribuyeron a esa temible enfermedad la muerte de la famosa modelo y activista estadounidense Cheslie Kryst. Sí, también fue reina de belleza, el más intrascendente de sus logros, y de los logros de cualquier “miss”. Todo indicaría que su muerte fue inducida por la depresión. No podemos asegurarlo. De hecho, no podemos asegurar mucho acerca de la depresión.
Para empezar, porque sus síntomas son de lo más contradictorios. Pero además, aunque todos tenemos una idea de ellos, así sea la del garabato descriptivo de don Hipócrates, no parecemos ser hábiles para darnos cuenta cuando tenemos a alguien sufriendo depresión, incluso en un caso extremo… Tal vez tenemos miedo de contaminarnos. Después de todo, es casi como asomarnos al Infierno.
Normalmente nos evadimos tratando de convencernos de que el depresivo sólo sufre una molestia temporal. Y él nos complace, porque en cualquier momento lo veremos alegre, activo, bromista, gregario… ¿Quién puede estar deprimido en ese estado? Si pensamos en el intento de definición de don Hipócrates, podríamos concluir que todos hemos tenido miedo, todos podemos estar tristes. Nada de eso mata, mucho menos la alegría. Y sin embargo… los depresivos mueren como consecuencia de su depresión. Entonces, no se trata de cómo vemos a los depresivos, sino tal vez de cómo nos ven ellos a nosotros.
Sí, los depresivos suelen dar deliberadamente indicadores de su estado, y no muy directos. Quiero creer que han entendido que la comunicación entre personas, ajenas y allegadas, no está funcionando. Intentan desesperadamente crear códigos. Tal vez por eso sean tan metódicos hasta en lo que vemos como sus ridículas manías. Pero parece que el camino de migajas que dejan sólo conduce a la casa de la bruja.
No soy experto en estos temas. No sé quién me los aclare, así que debo preguntarme a mí, y contestar, siempre contestar. Supongo que los depresivos hacen también ese diálogo, y no siempre tienen respuestas.
Pero lo que más me preocupa es que la depresión ya no parece ser un fenómeno individual sino social. Sí, germina en la persona, pero parece manifestarse también en los grupos. Sin ir más lejos estuve viendo las “grandes” noticias de la semana, locales al menos. La mayoría son coherentes, justificadas, pero ¿Tienen sentido? ¿Me debo sentir eufórico por la creación de una Ruta del Vino? Me gustaría más la ruta de la leche o la tortilla. ¿Debo ser optimista por la estrategia estatal frente a la escasez de agua? ¿Un estadio? ¿Vacunas para todos? ¿Los bacheos municipales? ¿La grandilocuencia de los diputados locales y las comparecencias selectivas? ¿Los fogosos índices apuntando a corruptos? ¿El “desistimiento” de Salmerón? ¿La casa del hijo del Peje, o la del modesto confinamiento higiénico de Anaya? ¿La celda de Lozoya?
No podría asegurarlo, pero todo esto me parece tan absurdo. Hay una cierta coherencia con lo que la gente desearía, pero cada cosa apenas si cambiaría la vida cotidiana, la piedra fundacional de la sociedad. A mí al menos me indica que no sólo la pandemia sino la pésima comunicación de la sociedad entre sí, con los gobiernos de todos los niveles, y con los líderes económicos y religiosos (que son otro gobierno), no ha generado depresión individual sino colectiva. Y si la reacción de una persona depresiva puede llegar a ser fatal para ella y traumática para todos, no imagino un colapso social surgido de un estado depresivo social.
Como en el caso de una persona depresiva, la sociedad da indicios, pide ayuda, pero ni la propia sociedad intenta establecer un diálogo. La receta se expide por decreto, sin apenas auscultar al paciente.
Sí, la sociedad depresiva sigue dejando un sendero de migajas para encontrar el camino, pero ese camino sólo lleva a la casa de la bruja, o a una urna electoral, lo que generalmente es lo mismo. Lo que, si este no es sólo un desvarío depresivo mío, cambiaría completamente el sentido de la noche del Grito de Independencia… ¿Sería que el “Grito” original fue precisamente eso; la depresión social estallando?