Este lunes, el director del Instituto de Movilidad, Noé Chávez, quiso demostrar su valentía al sentarse frente a la prensa “a recibir los tomatazos” por reducir horarios en el transporte urbano. Pero no se necesita ser valiente para eso, con un poco de cinismo basta; en cambio sí mostró otra destacada virtud, la temeridad. Porque se necesita ser temerario para aferrarse a una idea que, además, fue respaldada por el mismísimo Secretario de Salud. Ambos presumieron y demostraron con gráficos y estadísticas que sus medidas redujeron la movilidad. Una demostración ociosa, porque para todos fue evidente que sí se redujo la movilidad.
En efecto, durante la fase tres de la epidemia, es recomendable reducir la movilidad para disminuir los contagios, ahora ya comunitarios. Pero creo que andan un poco confundidos. Se trata de disminuir la movilidad superflua, no de inmovilizar a la comunidad. Además del trabajo, hay un montón de actividades necesarias o urgentes que requieren que la gente se desplace, con precaución, eso sí.
La genial idea de limitar los horarios del transporte causó lo que era evidente que pasaría: multitudes agrupadas, muy cercanamente, esperando o viajando. Eso significa que hay más probabilidades de contagio entre los viajeros que, a su vez, llevarían el contagio a sus hogares, a sus centros de trabajo, y a donde sea que vayan. Puede que, milagrosamente, no suceda nada, pero eso lo empezaremos a notar en un par de semanas más, así como vimos ese extraño repunte que algunos han relacionado con las “vacaciones” de Semana Santa.
Y sí, es recomendable la reducción de la movilidad, pero la razón principal es la “sana distancia”, que fue impedida precisamente por la aplicación desmesurada y mal planeada de esta restricción al transporte. En consecuencia, me causa gran desconfianza los motivos que llevaron al ingeniero Rodríguez, o al ingeniero Chávez a imponer esos criterios que, en los hechos, demuestran que no se hicieron considerando ni a la población ni a la epidemia. Y más desconfianza me causa que el doctor De la O lo avale.
Para empezar, los que deberían movilizarse, frenéticamente, son las autoridades de la Secretaría de Economía y Trabajo, fiscalizando el cumplimiento estricto de las disposiciones federales por la emergencia, sobre todo en el “tele-trabajo” y el paro de actividades no esenciales. De paso, presionar a la Secretaría del Trabajo y Previsión Social para que haga lo mismo. Si hay tantos trabajadores en la calle, es muy probable que “una que otra” empresa no esté cumpliendo con esa orden. Las multitudes amontonadas en el transporte este lunes no salieron a pasear. Y si no pueden con las empresas rebeldes, pues por lo menos deberían haber PLANEADO cómo distribuir equilibradamente la carga de usuarios del transporte. Sí, se puede corregir sobre la marcha. Pero eso sólo significa que no lo planearon bien; y si los usuarios fueron los afectados, quiere decir que no se pensó en ellos al hacer el mentado plan; y si por reducir la movilidad se impidió la “sana distancia”, significa que tampoco se estaba pensando en la epidemia.
¿En quiénes pensaban entonces, ingenieros, doctor?
Eso sí, reconocer que pueden equivocarse sí es un acto de valentía. Porque se necesita ser muy valiente para asumir con tamaño desparpajo errores que pueden causar cientos o miles de víctimas. ¿Corregir sobre la marcha? ¿Cómo van a hacerlo en un contagiado, en un enfermo grave, en un moribundo?
Lamentablemente, de ahora en adelante esto pondrá en duda también las estadísticas estatales sobre el avance de la epidemia. Ya sea porque también pueden implicar errores, o porque se quieran usar para ocultarlos.
Pero sea que se corrija o no este u otros errores, en este caso al menos obliga hablar en descargo de las autoridades estatales y, sobre todo, del Consejo de Salud. No, no cometieron un error, simplemente fueron irresponsables.