Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco, mejor conocido como Simón Bolívar, nació el 24 de julio de 1783 en Caracas, Venezuela. A temprana edad sufrió la pérdida de sus padres, llevándolo a ser criado bajo la tutela de familiares cercanos y mentores como Simón Rodríguez, quien sería una influencia clave en su pensamiento.
En sus primeros años, Bolívar viajó a Europa, donde fue testigo de los grandes cambios políticos y sociales. La Revolución Francesa y las ideas de la Ilustración encendieron en él un deseo implacable de liberar a su patria del yugo colonial. Se inspiró en figuras como Napoleón Bonaparte, lo que comenzó a forjar su visión de una América Latina libre y unida.
En 1810, tras el estallido de los movimientos independentistas en América, Bolívar regresó a Venezuela para unirse a la causa revolucionaria. Su carrera como líder militar fue un reflejo de su tenacidad y capacidad de adaptación. En 1813, tras la Campaña Admirable, Bolívar recibió el título de “El Libertador”, un reconocimiento a su incansable lucha por la independencia.
Durante más de una década, Bolívar lideró campañas militares por gran parte de Sudamérica, logrando la independencia de países como Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, esta última bautizada en su honor. A lo largo de su vida, Bolívar no solo destacó por sus dotes militares, sino también por su habilidad política y su visión estratégica. Bolívar falleció el 17 de diciembre de 1830 en Santa Marta, Colombia, casi en el olvido y con su sueño de una América Latina unida truncado.
A pesar de las dificultades y la adversidad, la figura de Simón Bolívar ha perdurado en la historia como un símbolo de libertad, justicia y sacrificio. Su legado continúa vivo en los ideales de aquellos que luchan por la igualdad y la autodeterminación de los pueblos.
Hay una frase de gran peso que, aunque existe discrepancia sobre si fue él quien la dijo o no, se le atribuye a Bolívar: “El traidor no es confiable en ninguno de los bandos; la lealtad es admirada hasta por el enemigo”.
En apenas 18 palabras se describe una de las más altas virtudes que debe poseer el ser humano. La presidenta Claudia Sheinbaum rompió con todo protocolo y con toda regla no escrita en la política mexicana, esa que marca la distancia entre el que llega y el que se va. Históricamente, el abrazo que se daban los mandatarios en las ceremonias de toma de protesta ante el Congreso de la Unión estaba cargado de hipocresía, rencor, deudas pendientes y muchas cuentas por saldar.
Lo escribí en otra columna, aquella famosa anécdota que hoy me permito recordarles: “Se apresuraban los presidentes de México, el entrante y el saliente. -Cuando recibas la banda presidencial, quiero que en tu discurso me agradezcas, que elogies mi gobierno y que pidas que sea recordado como un estadista, como un benefactor del pueblo y como alguien que pasará a la historia como el gran presidente de los últimos tiempos. -Claro que sí, señor presidente, así será-, contestó el entrante.
Recibió la banda presidencial, dio las gracias y anunció una nueva era en la vida política de México. El presidente saliente, notablemente molesto, le reprochó: -No hiciste lo que te pedí, me habías dicho que sí… -Claro, en ese momento usted todavía era el jefe; ahora lo soy yo-,contestó con una sonrisa cándida el presidente entrante.
Claudia hizo lo que nadie había hecho: una vez entronizada presidenta, le dedicó gran parte de su discurso a López Obrador, a sus logros, a su gobierno, a su importancia como líder y a su trascendencia en la vida política de México.
Reconozcamos que la presidenta no se dejó hipnotizar por los fantasmas del poder; cumplió en todo momento con su mentor, con el líder, pero principalmente cumplió consigo misma. Se comportó con gentileza y cortesía, fue una dama en toda la extensión de la palabra.
Claudia demostró lealtad, y eso habla bien de ella, aunque sus detractores insistan en minimizarla. Pero algo deben aceptar: ya quisieran que en política todos fueran como ella.
A Claudia le espera hacer su propio camino y forjar su propio destino. No me queda duda de que esa misma lealtad la tendrá con México. Dijo Lucas el Evangelista: “El que es fiel en lo poco, también lo será en lo mucho”.
Reenviado
“Los hermanos sean unidos, esa es la ley primera; tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera”.
Martín Fierro, de José Hernández