La fecha se escogía con antelación, no mucha. Dependía del ahorro que hubiera, de la llegada del aguinaldo e incluso del tiempo que tuviera el jefe de la familia para ir por esa importante adquisición. Era algo muy emocionante, sobre todo cuando te decían: “Vamos a ir por el pinito”.
Natural. ¡Ah que bonito era desde escogerlo en aquellas ferias de pinos regias, transportarlo, ponerlo bien adornado y esperar junto con su aroma, la Navidad!
Cuando niño en aquel Monterrey setentero había máximas: portarse bien (por los valores, pero sobre todo para ser premiado por Santa) estudiar y pasar año, así como hacerle caso –en todo- a papá y a mamá. Por ahí entre finales de noviembre y principios de diciembre había auditoria, una especie de corte de caja de comportamiento en base al cual sería el regalo, no importaba que te hubieras esmerado en la carta dirigida a Papá Noel.
La Navidad era la fiesta de fiestas, y en nuestro barrio, la colonia Cuauhtémoc de San Nicolás de los Garza, el ambiente se preparaba desde la celebración de la Virgen de Guadalupe el 12 de diciembre, la posada de cada quien en su grupo en el colegio, las niñas en la Isabel La Católica y los chavos en La Salle.
De regocijo, pues después de la posada en la escuela, venían las vacaciones de fin de año.
Nosotros vivíamos en la calle Topacio, pero por la escuela, teníamos amigos además de toda la cuadra, en los alrededores, en las calles Zafiro y Rubí, y en otros sectores de la misma colonia; éramos, la gran mayoría, hijos de trabajadores de los grupos de empresas de la entonces Cervecería Cuauhtémoc y sus aliadas, así como las del grupo de Hojalata y Lámina (Hylsa).
Desde luego, las familias eran numerosas. La nuestras estaba integrada por ocho hijos, papá y mamá, pero otras eran de 10, 11 o hasta 12 vástagos. También había las moderadas de dos, tres o cuatro hijos, pero eran las menos.
Les decía, después de celebrar a la Guadalupana en todos los barrios y en la Iglesia San José Obrero, y luego de la fiesta en la escuela, entre el 16 y el 24 teníamos las posadas en la cuadra.
Se me pasaba decirles que desde la víspera del 12 de diciembre las calles se adornaban con globos o motivos decembrinos de papel o plástico, farolitos, serpentinas y otras cosas. Los adornos se colocaban en un cordón, el cual era atado desde la parte alta de una casa hasta la casa de enfrente, haciendo lucir más a los barrios.
Las posadas eran de verdad. Pedíamos posada, llevando a José y María casa por casa, cantando junto con varias señoras, vecinas, madres de algunos amigos; la mayoría portábamos velitas encendidas, hasta que se nos derretían, y ya dentro de la casa que tocara, rezábamos el rosario.
En las posadas nos daban bolsas repletas de cacahuates, dulces y una naranja o varias mandarinas.
Al principio les platicaba de los pinos. Sí, llegaban a Monterrey desde mediados de noviembre. Don Toño, nuestro padre, solía llevarme a mí, al mayor de la familia, a escoger el pino natural y varias veces fuimos a la Alameda, uno de los sitios donde los vendían.
La vuelta se aprovechaba para adquirir esferas, extensiones de foquitos, a veces una corona multicolor de esas que destellaban con bellas sincronías, heno, es decir paixtle y musgo (aún se valía) . Años después era todo eso y parte del nacimiento, porque a mamá, Doña Nica, le regalaron un niño Dios, y en casa llegaron a celebrarse también posadas con todo el ritual.
Casi todas las familias del barrio se esmeraban en adornar lindos sus arbolitos, sus ventanas con campanas con focos y coronas y sus jardines. Algunas instalaban nacimiento. Había quienes, nosotros lo llegamos a hacer en ocasiones –para economizar- instalaban pinos artificiales, sobre todo plateados.
Las casas de la Cuauhtémoc, en plena época navideña tenían un rico aroma de varias esencias: pino natural, naranja, mandarinas, cacahuates, dulces, colaciones, ponche, café, tamales y pólvora, por los cohetes, bengalas y ´brujas´.
Y hoy que me dicen que en casa Mony ya puso el pinito, sola porque los hijos andan de foráneos, igual que yo, en la conquista laboral, se me viene a la mente aquellas imágenes de la Navidad en la niñez, y de cuando llegaron nuestros hijos, quienes también desbordaban de emoción con cada esfera, con cada luz.
Y es que, no es para menos.
¡Felicidades!