Cuando el ahora ex presidente Andrés Manuel López Obrador, en los instantes postreros de su mandato, señaló que: “Me acompañó la suerte en la odisea de servir a México”, mostró una de sus facetas más notables: la humildad, esa cualidad sin la cual la grandeza no es posible. No, no fue así. Hubo suerte; pero, no para el presidente, sino para México y los mexicanos que arrostraron con éxito los embates del imperialismo globalizado, las embestidas de la derecha autóctona y los estragos de la pandemia.
El país no estaba preparado para tales calamidades; Andrés Manuel López Obrador y su Movimiento de Regeneración Nacional, sí. Toda una vida de organización, entrega y congruencia, permitieron que llegara en el momento propicio, no para disfrutar de las mieles del poder; sino, para llevar a cabo la Cuarta Transformación de la vida nacional, esto es, la revolución pacífica que fue más intensa, más extensa y más profunda que las anteriores.
El insigne maestro Daniel Cosío Villegas decía que para ser presidente de la República era indispensable ser de origen humilde, haberse encumbrado por sus propios méritos y tener una sólida carrera política. El último que cumplió rigurosamente esa requisitoria fue el presidente Gustavo Díaz Ordaz, hijo de una maestra rural que hizo su carrera de abogado trabajando como secretario de un juzgado en su natal Puebla. Luego vinieron los entreguistas, hasta Andrés Manuel.
Desde joven, López Obrador fue sembrando en todo el territorio nacional la semilla de la honestidad y la congruencia que dieron pie al humanismo mexicano. Comenzó en la zona chontal de Nacajuca y recorrió los 2500 municipios de México llevando su voz, su propuesta y su mano tendida. No aflojó el paso un sólo día, como no lo hizo durante su mandato con la cátedra diaria por medio de la cual avivó a la gente para hacer realidad el despertar de las conciencias.
Como Nezahualcóyotl, el rey poeta, al decir adiós puede cantar: “No acabarán mis flores. No acabarán mis flores,/ no cesarán mis cantos. Yo cantor los elevo,/ se reparten, se esparcen. Aún cuando las flores/ se marchitan y amarillecen,/ serán llevadas allá,/ al interior de la casa/ del ave de plumas de oro”. No tendrá fin su obra, pues ya están aquí quienes la llevarán a la tierra donde el ave de plumas doradas se posó para crear una nueva visión cósmica.
Bajo la premisa de que la paz es fruto de la justicia y que por el bien de todos, primero los pobres, se camina aceleradamente para recuperar los valores que han dado grandeza al pueblo mexicano. Por sus palabras se sabe que el hombre rico no es necesariamente un hombre con una bodega entera llena de tesoros, sino el hombre que es feliz. Tan feliz como el presidente que ha dejado a su país mejor que como lo recibió, y con todo para que la obra transformadora continúe.
Hoy, su compañera, amiga, discípula, Claudia Sheinbaum Pardo, recogerá el encargo de llevar adelante la construcción del México generoso y justo en el que brille con fascinante esplendor el astro del humanismo mexicano, que eleva al ser humano y su hábitat por sobre las perversas y mezquinas ambiciones de quienes en este momento tienen en un vilo a toda forma de vida. Así lo decidieron los mexicanos y así habrá de inaugurarse un nuevo periodo de libertad, igualdad y fraternidad.
Este día no vale la frase común de que “Muerto el rey, Viva el rey”. ¡No! Hoy, México y los mexicanos gritan: ¡Viva Andrés Manuel López Obrador! ¡Viva la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo! ¡Viva la Cuarta Transformación! ¡Viva el Humanismo Mexicano! ¡Viva México!