El otro día me despertaron unos balazos que sonaban muy cerca de la casa; fueron cuatro o cinco. Luego de un rato se escuchó otra serie. Muchos en la colonia los oyeron, a juzgar por la lista de mensajes en el grupo Whatsapp de los vecinos. Ya no recordaba la sensación de angustia que generan estos eventos; sobre todo porque luego de la balacera no se escucha nada, ni siquiera una sirena de policía que acuda al sito a poner orden. Estamos solos frente a los criminales.
Cuando la violencia escaló niveles a nunca vistos, allá por 2010, me tocó buscar refugio en el cuarto más alejado de la calle, junto con mis hijos y mi mujer, mientras tiroteaban una casa cercana apenas dos cuadras de donde vivíamos entonces. Los regiomontanos cambiamos nuestra forma de vivir; se volvieron comunes las fiestas caseras con quedada a dormir ahí por temor a verse atrapado en medio de una balacera de regreso a casa; o, peor aún, ser asesinado por unos soldados que te confundían con algún narco al que buscaban. En esos años las historias de terror abundaban. Las autoridades y los empresarios se pusieron las pilas y la ola de crímenes bajó. Por todo México se hablaba del caso Nuevo León como una posible solución. Pero eso es ya historia; igual que con el agua, gobierno y sociedad nos dormimos en los laureles.
Un par de días después tuve que ir a una sucursal bancaria, cosa rara porque ahora todo lo manejamos por internet, y me sorprendí de ver a un vigilante armado al interior del local, con casco y chaleco antibalas. Para distraerme en lo que esperaba mi turno me puse a ver el celular, asunto que le pareció sospechoso al ya mencionado vigilante, que pidió amablemente dejar el teléfono porque está prohibido hacerlo dentro del banco. Ante la inseguridad que nos envuelve, la reacción defensiva es considerar a todo mundo un potencial criminal.
Esa misma noche noté que en el supermercado había tres camionetas de un servicio de seguridad privada patrullando. Se tropezaban entre ellas y me pareció un exceso para un espacio tan reducido. Así estará el miedo que tienen los administradores y empleados del establecimiento. Ya las había visto antes, pero hasta ahora me di cuenta de que nos estamos acostumbrando a la violencia; lo estamos asumiendo como situaciones normales.
El periódico que leo todos los días lleva la cuenta de los homicidios en el estado, 892 al día de hoy que escribo estas líneas. El año pasado habían acumulado 677. Claramente estamos en una tendencia al alza. El conteo de muertos es importante, pero eso es enfocarse solo en el problema. Apreciaría mucho saber cuántos de esos casos se están investigando, cuántos han llegado a juicio y cuántos criminales han sido condenados por esos crímenes. Así tendríamos una imagen más clara de lo que están haciendo las autoridades.
Busqué información oficial del gobierno estatal para encontrar que a la tristemente celebre Fiscalía General de Justicia del Estado de Nuevo León (el nombre es tan largo como reducidos los resultados) apenas le alcanza para publicar un triste Excell con los datos mensuales del 2019 a la fecha. Ya desde ahí nos comunica la importancia que le dan a la obligación de informar a la población. https://fiscalianl.gob.mx/estadisticas/estadistica-de-homicidios-en-nuevo-leon/
Mejor información encontré en la página de México Unido Contra la Delincuencia (MUCD), una ONG que con limitados recursos provenientes de donaciones es capaz de presentar un Atlas de Homicidios nacional cada año desde 2018. Ahí veo que NL está por abajo del promedio nacional (datos del 2020) 16.1 contra 27.9 homicidios dolosos por cada 100 mil habitantes. El problema es que con la tendencia que llevamos, terminaremos el 2022 con 29.5, bastante por arriba del promedio nacional.
La solución no pasa por traer a la Guardia Nacional o al Ejército. Con patrullajes, retenes y “revisiones de rutina” (que son ilegales, por cierto) no se arregla nada. Necesitamos más detectives que investiguen y encuentren a los sospechosos y construyan casos sólidos con pruebas irrefutables que lleven a condenas justas.
Es indispensable que el Gobernador asuma su responsabilidad, se arremangue la camisa y le entre al problema de la inseguridad antes de que termine de inundarnos la violencia y regresemos a las matanzas y balaceras del 2010.
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