La historia registra, a los largo de más de 80 años, los nombres de los dirigentes sindicales como parte del sector privilegiado del PRI en la transa de “me das y te doy”. Son la columna vertebral del corporativismo en que se apoya el partido tricolor para ganar en las elecciones, pues el compromiso de tales líderes sindicales es manipular a sus agremiados, darles un buen “coco wash” o, si llegara a ser necesario, obligarlos y presionarlos a seguir determinada “línea”.
Claro que en un tejemaneje de conveniencias, los agremiados se prestan inclusive a ser carne de cañón en conflictos de alto nivel y se ufanan de golpear, secuestrar o desaparecer a sus contrincantes en la reyerta, así como salir a manifestarse en bola para hacer quedar bien a su central obrero en actos de chantaje a autoridades o empresas.
Los líderes sindicales tienen el carácter que tienen aquellos que ostentan un cargo político del PRI y no pocas veces son regidores, diputados locales, diputados federales, senadores, alcaldes, etc. como premio a sus servicios y a la lealtad al PRI. Así es que suelen presentarse en público también a presumir sin ninguna impudicia sus vehículos automotores, sus joyas de oro en el cuello, en las muñecas de las manos y sus bolsillos repletos de dólares, o no esconden sus fortunas en bienes inmuebles, aviones, lanchas, viajes al extranjero y cientos de derroches a cargo de sus hijos.
Siguiendo el ejemplo del líder nacional del PRI, César Camacho Quiroz quien se ufana de poseer relojes por un valor superior a los dos millones de pesos, sus corifeos en las lides sindicales hacen lo mismo, y si se trata de empatar las “casas blancas”, pues ellos también saben cómo hacerle para no quedarse atrás.
“Nadie le trabaja gratis al sistema”, dijo un día uno de los que fuera originalmente un pobre dirigente de una organización base del PRI, Alfonso Martínez Domínguez, quien alcanzó el cargo de Regente del Distrito Federal designado y destituido por el presidente Luis Echeverría, y luego rehabilitado políticamente como gobernador de Nuevo León por otro presidente, José López Portillo.
“Nadie le trabaja gratis al sistema”, respondía cuando se le preguntaba cómo podía justificar su inmensa riqueza en dólares y bienes inmobiliarios si sus ingresos jamás podrían justificar su ostentosa fortuna, pues aritméticamente se baja el cero y no contiene. Tan simple como eso: “Nadie le traba gratis al sistema”.
En ese contexto, no es de extrañar que el pintoresco Leonardo “La Güera” Rodríguez Alcaine se haya enriquecido hasta la saciedad como líder nacional de la CTM, al suceder a Fidel Velázquez. Al fallecer en 2005 el cálculo que hizo su esposa de su fortuna fue de unos 200 millones de pesos, bajita la mano. Y eso que jamás tuvo que trabajar porque su vida fue escuchcar lisonjas y aplausos en las reuniones sindicales de los “rojos”, apuntalando siempre al PRI, a la buena o a la mala.
Pero lo triste del caso es que la noticia reciente señala que tuvo un mal destino esa fortuna, seguramente mal habida aunque justificada como los relojes de César Camacho Solís y las “casas blancas” de varios funcionarios públicos federales. Todo porque un tal José Omar Castro Rojas, chófer en los últimos años de la viuda de Rodríguez Alcaine, vació a su favor todas las cuentas valiéndose de engaños y aprovechando que la señora Margarita Salazar Fernández sufre demencia senil.
El hombre está preso, como debe ser. Y de ser nuevo rico ahora es viejo preso. Y de nada le sirvió vender fraudulentamente la “casa blanca” del líder sindical en más de 10 millones de pesos y disfrutar su colección de autos, aunque su hijo supo lo que era hacer realidad el conocido adagio: “Ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón”.
Pero más benignamente hay que decir mejor, en voz de sus sobrino que puso la denuncia: “Nadie sabe para quién trabaja”. Aunque eso de trabajar no les queda ni a los líderes sindicales ni a sus patrocinadores del CEN del PRI.
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