Washington, D.C. La noche del 4 de noviembre se vieron lágrimas de esperanza en América. Afroamericanos, hispanos y todas las demás minorías de los Estados Unidos, derramaron lágrimas de emoción ante el discurso de Barack Obama, lágrimas de esperanza sobre el cambio de una nación.
Obama arrasó en las elecciones. Necesitaba 270 delegados para el Colegio Electoral y ganar la presidencia; obtuvo 338. En el Senado, para obtener el control, necesitaba 51; obtuvo 56. En la Cámara de Representantes, el control lo obtenía con 218; obtuvo 234. De las once gubernaturas en juego, el partido que representa Obama, los Demócratas, obtuvieron 6. Votaron casi 100 millones de ciudadanos americanos y votaron por el cambio y por la esperanza. Si este resultado se refrenda en diciembre en el Colegio Electoral, Obama será el cuadragésimo cuarto presidente de los Estados Unidos de América, el primer presidente afroamericano y el primero que representa a la minoría más grande de ese país.
En la ceremonia de presentación, se vio igual llorar a hombres que a mujeres, afroamericanos que a blancos. Se emocionaron hasta las lágrimas los jóvenes y los viejos, hasta lloró el reverendo Jesse Jackson, ¿Nunca pensó vivir para ver esto? ¿O tiene otras preocupaciones a futuro? La gente se emocionó, a lo mejor no pensó vivir este momento y lo estaban disfrutando, estaban impresionados de haber logrado el cambio, estaban impactados por haber ganado tan contundentemente, no quedó duda a nadie acerca de lo que la nación acaba de decidir.
Los Republicanos están silenciosos, de ese lado también hay lágrimas, pero éstas son de dolor, de ver a su causa y su campaña caer junto con la crisis económica que arrastra al país. Nunca se recuperaron de la gran división interna, nunca se recuperaron de malas decisiones de campaña, nunca se recuperaron de pobres respuestas, ni de un candidato que, al pasar el tiempo, el peso de los errores de Bush lo iba carcomiendo desde adentro de la campaña y del partido.
A pesar de haber perdido, el llamado de McCain ante sus fieles seguidores, fue impecable, reconoció que perdió la campaña, pero llamó a apoyar al senador Obama. En un momento sus seguidores, como reacción natural, empezaron a abuchear al candidato ganador, pero McCain los contuvo y pidió apoyo por América y por el gran país que son. Y en un momento hasta tuvo la gran humildad de reconocer que si alguien había perdido la campaña, él era el único responsable, afirmando que primero está América y los americanos.
Por su parte Obama con su discurso arrancó lágrimas a los asistentes con un discurso impecable, mantuvo la disciplina de campaña hasta el final, toda la campaña pareció estar perfectamente conectada a este discurso de presentación ante los votantes. Como toda la campaña, hasta el último momento todo fue perfecto, hasta mencionó que ésta había sido la mejor campaña política de todos los tiempos y que su equipo de campaña ha sido el mejor equipo que nadie había tenido. En las campañas políticas, no hay perdedor, gana el que menos errores comete y, en este caso, sí fue la campaña perfecta.
Mientras en México debemos de llorar por no tener los políticos con la suficiente altura para tener la humildad de los políticos americanos, debemos de llorar por no tener políticos, ni ex candidatos con esa visión y ni estatura política. En México debemos llorar por los recientes hechos en donde pierde la vida el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, y José Luis Santiago Vasconcelos, porque este hecho deja a sus familias con una gran pena y dolor, y al país lo deja una situación muy complicada.
Sea cualquiera que fuere las razones del accidente, es una señal de alerta para las nuevas autoridades estadounidenses, y un llamado para poner especial atención en lo que está pasando en México, en beneficio del cambio que quiere generarse en América. Los vecinos también cuentan.
Consultor y analista político
marco.herrera@grupopublic.com
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