No sé ahora pero, hace muchos años, cuando cursamos la primaria, pertenecer a la escolta era todo un honor y ser portador de la bandera mucho más.
En la escolta sólo había lugar para cinco niños… ¡nada más!
Aquéllos cinco pequeños, sobre todo el/la abanderada, eran algo así como el orgullo del plantel; la vanidad de los profesores. La admiración de alumnos y padres de familia.
Eran el ejemplo.
Recuerdo que el momento estelar en las ceremonias de graduación llegaba cuando la escolta saliente entregaba el resguardo de la bandera a sus sucesores.
Ellos y toda la concurrencia sabíamos que dejaban la bandera en las mejores manos, en los niños más aplicados y en las mentes más brillantes del plantel. El cine o casino sede hasta vibraba por la emotividad de aquél instante.
Recuerdo que para tercer año ya sabíamos quiénes se perfilaban para obtener un lugar en la escolta pero el camino hasta allá no resultaba del todo sencillo. Muchos se quedan en el camino.
La batalla más complicada sobrevenía al iniciar el quinto año. Cada uno de los 45 alumnos teníamos 10 meses para disputar uno de los cinco lugares disponibles y la única vía para llegar era la aplicación en el estudio. Las calificaciones eran la llave.
Al final no había improvisaciones. Se quedaban en la escolta los que habían demostrado un verdadero interés por el estudio y los que habían conseguido superar a todos los demás a base de conocimiento puro.
Portaban la bandera quienes verdaderamente se habían preparado para ello.
No se trataba de ricos o pobres, ni de influyentes o ahijados de la directora del plantel. Sus calificaciones hablaban por ellos.
Varias veces vi a niños de muy modesta economía ‘noquear’ académicamente a otro de clase social alta. Es más, éste escenario es más común de lo que muchos creen.
Igualmente vi cómo algunos sobrinos de la directora se quedaron a la orilla del camino.
Y es que esa era la única manera en que la escuela y/o el colegio tenían la garantía de ser representados por una escolta digna.
Comparto estos recuerdos porque dentro de unos 10 meses, días más días menos, habrá elecciones federales.
A la confrontación electoral deben llegar los ‘mejores hombres’ de cada partido; si es que los hay.
Que me disculpen PRI, PAN, PRD y el resto de las fuerzas políticas por la duda pero hay argumentos, varios, para exponer la inquietud.
Todos los partidos han llevado al extremo la manipulación de la frase ‘el mejor hombre’. ¡Todos!
Resulta que si ‘el mejor hombre’ gana, habitualmente, se convierte en un mal alcalde, mal diputado local, mal diputado federal, mal gobernador y hasta mal regidor.
Si ‘el mejor hombre’ pierde termina rechazado, ninguneado y satanizado ¡hasta por su propios correligionarios!
Por otra parte, y en referencia directa a 2009, me pregunto quiénes de los que se consideran aptos para ser abanderados de cualquier partido han comenzado a prepararse para tener el perfil profesional que requiere ser diputado federal.
¿Cuántos de los que conforman las listas han comenzado a estudiar ó a adentrarse en el mundo de la legislación?
¿Podrán presumir pues los partidos de llegar a la elección con sus ‘mejores hombres’?
Que las urnas se los demanden.
EL FINAL
No ha sido fácil; en el camino se ha interpuesto la grilla, la insidia, la intriga… ¡y hasta la muerte!; a pesar de todo el programa Reporteros en la Mesa cumple tres años. Gracias.
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