Los festejos patrios y la reciente celebración del Día del Locutor convocan a mi memoria para que evoque a una figura del micrófono, y diría que hasta de la cultura popular, cuando esta daba mayores oportunidades de ingreso al talento.
Nacido en 1914 y fallecido en 1978, Paco Malgesto, quien no sé si respondía cuando le hablaban a Francisco Rubiales, encarnó una voz y personalidad icónicas de la radio y televisión que ambientaron mi infancia y adolescencia.
Tardíamente lo admiré cuando entendí que sin ser un adonis su saber conquistaba bellas damas, sin cargar una biblioteca respondía casi todo y sin tener poderes sobrenaturales transformaba en la sala de mi casa una tarde de tedio en una de acontecimientos deliciosamente narrados.
De nuevo recuerdo sus crónicas taurinas dominicales en la radio cuando no sucedía nada relevante en el ruedo, pero que hacían surgir su genialidad para desarrollar amenas narrativas paralelas en torno a otros eventos, como podían ser la función sabatina de box en la Arena Coliseo, el juego de fútbol del mediodía en el Estadio Azteca o algún acontecimiento novedoso en boca de mucha gente.
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Al fin ser humano, evoco también el comentario que alguna vez hizo Malgesto en televisión, sonriente y en tono de orgullo, ponderando las ventajas de vivir en México, entre las que destacaba la libertad de mexicanos y extranjeros para hacer en el país lo que les viniera en gana.
Casi medio siglo después entiendo que la anarquía advertida y presumida por el connotado locutor como un rasgo distintivo del país, lejos de ser característica digna de jactancia, hoy es amenaza creciente.
En estas fiestas patrias será importante seguir la tradición de celebrar las raíces culturales de México y los ideales de quienes en 1810 comenzaron a luchar para crear una nueva nación, pero especialmente en este 2024 será también necesario enaltecer los valores que fortalecen el Estado, concepto este que manifiesta el nivel superior de las civilizaciones para garantizar las normas y el orden que permiten la convivencia en armonía.
Celebrar en serio el inicio de la Guerra de Independencia, exigiría algo más allá del cliché del macho bigotón, de las vociferaciones para simular en una sola noche el valor que hace falta todos los días o del canto de logros abstractos que convierten un acto patriótico en uno político.
Festejar el Día de la Independencia con plena lucidez acerca de lo que es ser independiente, implicaría celebrar la decisión de la sociedad y su gobierno para hacer del conocimiento, debate y orden las firmes bases de una transformación dirigida a la igualdad de oportunidades por saberes, no por concesiones; a la pluralidad que nutra con ideas el régimen de todos; y a la paz en la vida diaria, no en el discurso de la renovada y santificada élite burocrática.
En una sociedad tan compleja como la mexicana, favorecer el avance de la anarquía, es decir de la ausencia del legítimo poder del Estado manifestada por la falta de respeto a la ley, tanto de ciudadanos como de gobernantes, lleva por lo pronto hacia dos escenarios nada difíciles de anticipar: una lucha de todos contra todos que terminará con la victoria del más fuerte, no necesariamente el más justo; o el surgimiento de un liderazgo ajeno a la norma jurídica y democracia, que imponga su poder para establecer un orden a su conveniencia.
Hay fiestas que más que exaltar el gozo provocan primero nostalgia por los recuerdos asociados con ellas, y luego conducen hacia la reflexión propia y difusión de ideas que nadie más solicitó.
Tome entonces, por favor, este desorden de letras como el intento de un buen gesto, a propósito del recuerdo del señor Malgesto.
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