Es imposible aprobar los malos modos de pedir justicia de los supuestos normalistas y los familiares de los 43 desaparecidos en Ayozinapa. Porque podrán tener razón en su demanda, pero no sus métodos violentos. Podrán estar furiosos contra las autoridades incompetentes al no resolverles su caso, y sin embargo salen reprobados al verlos robar autobuses, vandalizar espacios públicos y bloquear autopistas y calles afectando a terceros sin ninguna razón.
La mamá de uno de esos muchachos gime de rabia cuando escucha las críticas hacia su mal comportamiento en manifestaciones y protestas callejeras. “Si ustedes tuvieran un hijo desaparecido ¿qué harían? Pónganse en nuestro lugar”.
Y sí nos ponemos en su lugar. Pero ella y sus demás compañeros y compañeros de lucha también pónganse en el lugar de los inocentes a los que afectan con sus movilizaciones. Pónganse en el lugar de los propietarios de vehículos automotores que incendian con toda impunidad. Y pónganse en lugar de los automovilistas que, tengan o no una urgencia, ven impedido su paso en la autopista guerrerense y deben dar dinero en el “boteo” descarado que montan a su antojo.
Debe ser un dolor inmenso tener un hijo desaparecido, no cabe duda. Ha de sentirse un vacío profundo no saber si está muerto o detenido. No, no quisiéramos ponernos en su lugar a la hora de la verdad, pero sí imaginamos que su desesperación no tiene nombre. Y, a pesar de todo, esa angustia debe ser sensatamente canalizada.
La incertidumbre que envuelve el espíritu de los familiares de los 43 desaparecidos en Iguala es muy canija para que no hagan nada y se queden de brazos cruzados. Es lógico que les asiste el apoyo de todo mundo en la búsqueda de sus seres amados y que tienen todo el derecho de pedir a las autoridades un trabajo real para dar con el paradero de todos. Pero hay formas y modos de manifestar nuestros pesares, especialmente tomando en cuenta a los que no la deben ni la temen.
Para empezar ya estuvo bueno de recurrir al delito para hacernos oír. La violencia engendra violencia y un día uno de esos ciudadanos injustamente afectados en las autopistas y calles puede estallar y, si va armado, desquitar también su coraje en forma irracional. O uno de los policías asignados a detener la barbarie de los manifestantes, se pueden pasar de la raya en su labor de vigilancia. Pero pareciera que es lo que quieren los familiares de los normalistas desaparecidos o los anarquistas que se aprovechan de su movimiento.
No es posible aplaudir los malos modos de caer en el delito para solucionar otro delito, por mayúsculo que sea. Y por eso deben saber que si desean el apoyo moral de cerca o desde lejos de todos los mexicanos, han de dejar de actuar como delincuentes y evitar el deterioro de su imagen en las pantallas televisivas.
No es de extrañar que haya mucha gente extraña detrás de estos disturbios y por eso se embozan en paliacates y toallas. Pero finalmente se dicen familiares de los normalistas o normalistas en actitud de venganza por sus compañeros desaparecidos. Y eso es muy peligroso, porque si ocurre una tragedia, estamos seguros que de inmediato saldrán a deslindarse. Para qué esperarse hasta entonces. Mejor no se deslinden y desaprueben a tiempo que, a su nombre, otros quebranten la ley.
Pero si los propios familiares de los normalistas desaparecidos dan su aval a actos vandálicos y desorden en sus protestas, pues cómo quieren que los demás ciudadanos los comprendan si se ven afectados, y en cambio no van a intranquilizar en los sitios donde viven aquellos que no les resuelven su problema.
Hay que ganarse la buena voluntad de todos, con buenos modos.
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