No me malinterpretes brody. Mi ‘amá ya está grande. En este año nuevo la pasará en su cama acostada, porque a sus 94 años ya perdió su movilidad.
Hasta hace menos de un año, podía sentarse y caminar en andador por el pasillo de la casa de la colonia Cumbres, en Monterrey. Pero como les conté a mis tres lectores tuvo una caída en el baño y se rompió el húmero de su brazo izquierdo.
Como el doctor de cabecera aconsejó no operarla ni ponerle un yeso para no perjudicarle su piel, pos la cosa se puso medio complicada.
Dicen que los “viejos” son gruñones, pero me imagino que con el movimiento y con el brazo quebrado el dolor debe ser insoportable.
“Ya me voy a ir muy pronto”, me dijo, apenas si me reconoce, pero sabe que soy yo “eres el Prieto”, como me dice desde pequeño de cariño, nunca lo tomé para mal, al contrario, “Prieto Indio”, recalcaba, porque venía yo de una familia donde hay una ojiverde y un pelirrojo.
Así que estar con ella en estos momentos, me llena de dolor, a sabiendas que nos urge ayuda, tiempo y dinero para completar sus gastos, que ya se imaginarán.
Rosa María me sorprendió al darme la mano, para ir a cuidarla como si fuera una enfermera. Ya tenía experiencia de haber estado con sus dos hermanas Concha y Miri para atender a Don Juan de 89, todo desguanzado.
“Ya no tengo galleta”, nos contaba “Chapis”, como le llamaba mi querida suegra Rosy en Acapulco, pero nos decía que andaba en bicicleta por el Zinapécuaro, un pueblo michoacano que tiene aguas termales y donde decidió irse a pasar sus últimos años de vida.
Regresando con mi amá, tengo amigos como Agustín Delgado, de San Pedro, quien cuidó a su progenitora por más de 8 años y recuerda que no tuvo corazón de mandarla a un asilo. Lo mismo que Charly Pineda, en Tampico, quien todavía pasa por ese momento de atenderlos personalmente, me lo contó mientras se le aguadaban los ojos de pensar que pronto se irán de este mundo.
Mi madre siempre fue de carácter fuerte, pero también me dio mucho amor. Yo soy el quinto de seis hijos y creo que a los mayores les tocó el rigor de su manera de ser.
Pero me quedo con los momentos de amor, cuando me llevó al kínder de la mano junto a mi hermano Lacho, cuando nos enseñó a pronunciar la letra erre sin equivocarnos de pequeños, a aprender a comer una sopa de pescado y distinguir con la lengua las espinas.
Ella amó a sus hijos de tremenda manera, los ayudó a lanzar sus pastelerías, a abrir taquerías al vapor, a lanzar proyectos para que fueran fuertes económicamente.
Por eso es que me gana la impotencia de no saber qué hacer para cuidarla, no quisiera verla con dolores, aunque ya empieza a platicar con mi ‘apá don Chuy, de quien se enamoró cerca cuando repartía pan de dulce en la camioneta de La Superior.
– Invítalo al baile Tela, le dijo su hermana Nena. Chuy aceptó, el resto ya es historia, juntos hicieron una bonita familia de seis hijos.
Lo que no nos prepararon es que se harían viejos y habría que cuidarlos en casa. Te amo ‘amá.