El primer monetarista, según Joseph Schumpeter (Historia del análisis económico), fue Tomás de Mercado, un dominico mexicano que “bosquejó con cierta claridad lo que después se llamó teoría cuantitativa del dinero”, en su obra Suma de tratos y contratos (1571). Mercado llegó a ser prior del convento de Santo Domingo en México, y por un tiempo fue destinado a Sevilla, donde “enseñó filosofía, teología moral y derecho; y fue asesor moralista de los mercaderes. A instancia de uno de ellos escribió su famosa obra” (Mauricio Beuchot y Jorge Iñiguez, El pensamiento filosófico de Tomás de Mercado: Lógica y economía, UNAM, 1990).
Sevilla era entonces una especie de Nueva York: un centro de comercio internacional, donde la plata mexicana era más abundante que las cosas que podía comprar. Mercado vio la conexión de esto con la inflación, aunque su obra no se limita al análisis económico. Dedica mucho espacio al análisis moral del mercado. Quizá por eso tiene ahora entusiastas en bandos contrarios, como puede verse en las citas cada vez más frecuentes en Google. En 2003, había unas 300 páginas que lo mencionaban. El 2 de abril de 2009 pasaban de 65 mil en más de diez idiomas. Curiosamente, el 93 por ciento de las citas no son de México, donde ni siquiera se ha publicado el libro, que debería estar entre los clásicos de la economía del Fondo de Cultura Económica.
La teoría cuantitativa del dinero dice que, cuando aumenta la cantidad de dinero en circulación más que la oferta de bienes y servicios, suben los precios. No es la única teoría sobre la inflación, pero se volvió famosa cuando Milton Friedman le dio sólidas bases estadísticas y obtuvo el premio Nobel de economía en 1976.
El mayor monetarista antes de Friedman fue Keynes. En su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936), construyó el marco teórico de la macroeconomía, sobre el cual trabajó Friedman. Este lo reconoció: “En un sentido, ahora todos somos keynesianos; en otro, ya nadie es keynesiano.” (Time, 4 de febrero de 1966); porque el modelo básico construido por Keynes se volvió el punto de partida de todos.
El punto monetarista de Keynes fue que la cantidad de dinero en circulación puede reducirse a tal grado que la economía pare. Hay fábricas y personas capaces de producir cosas que tienen demanda, pero no hay pedidos, porque no hay dinero; lo cual conduce al cierre de empresas y el despido de personal; lo cual reduce todavía más los pedidos y el dinero, en un círculo vicioso. Para superar la crisis, hay que restaurar la circulación monetaria. Esto lo pueden lograr los consumidores gastando, los empresarios invirtiendo, los bancos prestando o el Estado interviniendo, ya sea en apoyo de que los demás pongan a circular el dinero o actuando por su cuenta como comprador, banquero y empresario, transitoriamente.
Keynes usó como ejemplo extremo que hasta “Abrir hoyos en el suelo” (p. 196) era bueno si ponía el dinero en circulación. Pero se cuidó de añadir (cosa que se olvida): “No es razonable, sin embargo, que una comunidad sensata” recurra a eso.
Keynes no fue ni pretendió ser un teórico del desarrollo, como creen algunos keynesianos y antikeynesianos. No diseñó mejores motores económicos, sino remedios inmediatos para el motor que deja de funcionar por falta de gasolina, o de aire, o de chispa. A quienes criticaban que eran cuestiones de corto plazo, les había respondido de antemano en A tract on monetary reform (1923): Hay que ocuparse de la coyuntura. “A largo plazo todos estaremos muertos. Los economistas se ponen una tarea demasiado fácil y demasiado inútil si, en la temporada de tormentas, sólo pueden decirnos que el océano volverá a la calma cuando pase el temporal”.
Pero lo que vemos ahora frente al temporal es una guerra de principios intemporales, indiferentes a la coyuntura. Los “keynesianos” dicen que la crisis demuestra que los mercados fallan. Los “monetaristas” dicen que las intervenciones del Estado fallan. Ambos tienen razón, pero si eso es todo lo que tienen que decir, tienen muy poco que decir.
En la crisis mundial de 1873-1890, medio siglo antes de Keynes, al general Bernardo Reyes no le hizo falta la explicación keynesiana para intervenir en el mercado como líder de una comunidad sensata. Impulsó las obras públicas y la industria privada en Nuevo León, con resultados notables a corto y a largo plazo (Isidro Vizcaya Canales, Los orígenes de la industrialización de Monterrey 1867-1920).
Pero la guerra ideológica entre “monetaristas” y. “keynesianos” sigue en la eternidad de los principios intemporales. No necesita descender a la coyuntura práctica de capear los temporales con sentido común.
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