La de hoy es una columna que entra dentro del género del nepotismo. Bien pudieran criticarme mis amables lectores por escribir sin el más mínimo pudor de un tema estrictamente familiar pero que ensalza el fundamento contundente de toda sociedad que es precisamente la familia. Los que idolatran los temas políticos criticarán con justa razón el que ponga por encima del debate tamaulipeco un asunto que enternecerá los corazones de quienes adoran los finales felices en los dramas rosas del amor.
En medio de la política triunfa en esta ocasión la narrativa del amor. Los protagonistas de esta historia no son ajenos a mi ojo crítico y al amor incondicional que les brindo por ocupar un lugar privilegiado en mi corazón. Ella es mi sobrina Mónica, hija de mi hermano Guillermo, de quien mucho he comentado en la presente columna; y ahora él es mi sobrino Gustavo, quien arribó a la vida de ella de una forma tan común pero impredecible, haciéndose amigo del hermano de ella.
Desde esa trinchera supo camuflajear sus intenciones. Si eventualmente hubiera habido algún desaire por parte de ella, él estaba cómodamente apoltronado en la aparente posición del amigo entrañable del hermano. Cualquier misil en contra de las intenciones románticas que él tenía para con ella, era fácilmente evadido desde el “engaño” noble de poder decir: “Yo solo soy el amigo del hermano”.
Gustavo fue invadiendo en forma gradual los espacios emocionales de los hombres más cercanos a Mónica, primero su hermano Memo, después un primo hermano de ella, Oscar, y el “obstáculo” mayor fue cuando comenzó a ganarse el corazón y la buena fe del papá, mi hermano Guillermo. Haya sido por casualidad o estrategia perruna yo soy testigo que de repente Gustavo comenzó a ocupar un lugar especial en la familia de ella, los Chávez Setien. Comenzó a hacerse indispensable.
Material para platicar vivencias en días especiales de la familia hay mucho, pero el tema toral es que al final se dio ese entendimiento entre Mónica y Gustavo, que se da entre los buenos corazones que buscan de buen talante su alma gemela. Ellos se encontraron, se inventaron como pareja y supieron trascender su relación para llevarla al altar y comprometerse.
En alguna ocasión, en una de muchas charlas que tuve con Guillermo, el padre de ella, se expresó con particular anhelo para que Gustavo fuera el hombre que cuidara a su hija Mónica en la forma tradicional de un marido. Lo vio de lejos, pero la prudencia le dictaba que eso era algo que solo a ellos les tocaba definir cuándo, y así como a Moisés le tocó ver de lejos la tierra prometida pero no entrar en ella, así mi hermano vio de lejos en el tiempo el casamiento de su hija Mónica con Gustavo, pero no estar en él. Cosas de la vida. O quizá a su manera estuvo presente.
Mónica se veía radiante, exultante y divina, teniendo por testigo la majestuosidad y la bravura de las aguas del Océano Pacífico en Puerto Escondido, en la que pudimos observar todas las palideces que convierten al cielo en seda cambiante a la puesta del sol. Gustavo transpiraba una alegría que contagiaba. La mirada de sus rostros prodigaba perlas de un amor elocuente e irremediable.
Querido y dilecto lector, debo decirte que el lugar de la boda fue la crónica de un amor anunciado; Dios por medio de la naturaleza fue bastante benévolo pues el paisaje a la orilla del océano y acompañado por una espesa arena que acariciaba los pies descalzos de quien tuviera la osadía de prescindir de su calzado, bajo un cielo nítido y claro, con un sol amistoso que se ocultaba poco a poco para que en forma gradual la noche hiciera de las suyas con un ambiente que le daba empaque a la alegría de los novios al ver su vínculo matrimonial estacionado plácidamente en la realidad de su vida y como una respuesta a las oraciones que su padre muchas veces hizo por su hija amada.
Los novios, Mónica y Gustavo se veían estrepitosamente felices en su boda, enmarcada por la sinfonía armónica que nuestros ojos pudieron ver entre el ocaso de un día y la placidez nocturna de una noche que será inolvidable para las dos familias y sus amistades, al haber sido testigos del romántico final de un noviazgo y el retador inicio de un matrimonio que fue pronosticado hace tiempo. ¡Felicidades Mónica y Gustavo!
¡Que Dios bendiga su hogar!
El tiempo hablará.