Que Javier Duarte resultó un gobernador sinvergüenza en Veracruz no es novedad. Los ha habido en Tamaulipas, Nuevo León, Chihuahua y Sonora en la última década para no ir tan lejos. Lo que sorprende es que todavía seamos unos soberanos estúpidos y sigamos creyendo en los políticos.
Hace años, cuando supe del ascenso al poder del ex presidente de Uruguay que manejaba un volkswagen sedán (vocho o bocho), volví a creer que sí existen los políticos honestos que salen con una mano adelante y la otra atrás, tal como llegaron al poder.
Cinco años duró como mandatario José Mujica y salió de la presidencia a los 80 años, manejando su escarabajo y viviendo sin lujos. Mejor aún, dejó su cargo sin cuestionamientos de haberse enriquecido cuando pudo hacerlo.
Mujica es el referente de que los políticos, si quieren, pueden no ser tentados por millones y millones de pesos que se pueden robar como príncipes de un Estado como en México.
Esa vacilada de la declaración 3×3 es solamente eso, porque los políticos presentan como patrimonio lo que se les pega la gana, tratando de engañar, porque su verdadera riqueza termina en manos de familiares, socios y prestanombres cuando dejan el poder.
Con sus contadas excepciones, en México debe haber algunos que no caigan en esas tentaciones, pero en realidad deben ser pocos.
Se debería regresar a la antigua, cuando se conformaban con el famoso diezmo que ya no es del 10 por ciento, sino hasta el 30 por ciento o más de dinero que deben regresar los proveedores a funcionarios en turno que manejan la obra pública y otros servicios.
En 2018 deberá aparecer un Mujica que convenza a los electores de que se puede vivir honestamente de la política, aunque como dicen algunos que dicen serlo: “Honesto, así como honesto, honesto, pues no…”.