En la más reciente entrega del Grammy las redes sociales dieron rienda suelta a las burlas hacia el atuendo con el que Madonna recorrió la alfombra, y su presentación en la ceremonia, de acuerdo a muchos, fue burda, grotesca y no mostraba más que a una “anciana” pretendiendo ser joven.
Y es que tal parece que el hecho de que Madonna sea esbelta, altética y súper flexible, por sus años practicando yoga, además de buena bailarina, fueron motivo suficiente para que los usuarios de Twitter, Facebook y cuanta red social funcione en este momento, hicieran escarnio de ella, refiriéndose siempre a sus 56 años.
Quienes la critican piensan que van a ser veinteañeros o treintañeros por siempre. Que nunca van a envejecer.
Sin embargo, en lo que nadie, muy pocos, o una fracción mínima reparó, fue en la poca calidad musical de los ganadores del premio que, supuestamente es el máximo reconocimiento a la industria discográfica.
La noche del lunes me hicieron llegar un post que Morrissey, el afamado vocalista de la inmortal banda The Smiths, colocó en su Facebook el año antepasado y que ahora revivió con motivo del Grammy.
Palabras más, palabras menos el texto dice lo siguiente:
“Se trate de Beyoncé o de Justin Bieber, vemos cantantes que no tienen absolutamente nada que ofrecer, bajando del escenario con tres Grammys en cada mano”.
¿Qué quiso decir? Lo que muchos, yo incluido, pensamos de esta ceremonia: que hace bastante tiempo dejó de tener la credibilidad suficiente (le pasó lo mismo que al Oscar).
Beyoncé, quien parece que paga porque cada año la consideren (y no lo dudaría porque tiene con qué) está empeñada en obtener el reconocimiento como la mejor del mundo, aunque hace mucho que perdió frescura, originalidad y produce los discos más perdidos que un ratón en un laberinto.
Esa actuación casi al final de la ceremonia dejó boquiabiertos a muchos de sus más fieles seguidores, quienes me enviaron inbox desesperados, como si yo fuera manager de la cantante, preguntándome: “¿Qué pretende con eso?”.
Y es que la canción “Take my hand precious Lord” es muy bonita y con mucho mensaje, pero no es lo que querían escuchar los fans.
Su público estaba deseoso de oír alguno de sus hits más recientes, no de que les recetara una cátedra de solidaridad para la comunidad afroamericana, que fue el epicentro de la última parte del show del Grammy.
Aunque en lo personal pienso que el disco de Sam Smith, “In the lonely hour”, es uno de los mejores del año pasado y que su manufactura es a toda prueba, siento que con sus cuatro Grammys, incluyendo tres de los más importantes, recibió el llamado “Beso de la muerte”.
En pocas palabras, su carrera, salvo que me equivoque, está destinada al olvido. Un día después del evento alguien me preguntaba: “¿Y alguien se acordará de Sam Smith en diciembre?”.
No es que yo sea mala leche, pero casos como el de Sam Smith ya ocurrieron en pasadas entregas de Grammys. Recuerdo el caso más publicitado: Christopher Cross que su primera producción arrasó al obtener cinco premios de los seis a los que aspiraba.
Al año siguiente ganó un Oscar por la primera canción que escribía para cine, pero dos años más tarde, la carrera de Cross estaba muerta y enterrada.
También leí en algunas críticas que era demasiado pronto para darle tanto reconocimiento a Smith porque su trayectoria no estaba lo suficientemente probada.
Por desgracia, es muy difícil que los premios más importantes se entreguen por trayectorias, por sacrificios o por haber empeñado hasta las escrituras de la casa para sacar adelante cualquier proyecto profesional.
Se entregan por lo que el grupo de votantes consideran que es algo es superior al resto. Por eso, creo que a veces tenemos carreras que no llegan a ningún lado. Por eso hay tantos artistas que simplemente no saben qué hacer para llamar la atención, ya no para vender millones de discos.
Y en eso es en lo que deberíamos fijarnos, en que cada vez tenemos menos artistas, en que los que están necesitan urgentemente renovarse o dejarse morir, no en que si Madonna tiene 50, 60 ó 70. Ella ya demostró quién es, qué hace y hasta dónde llega.
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