Al final, sucedió lo que tenía que suceder: que uno festejara y otro sufriera.
No era un partido más. Era para la historia, donde quedará grabado con cincel en piedra.
Esto no era una juego… era en serio. Y así lo entendieron los dos contendientes, desde el duelo del jueves y ayer lo ratificaron.
Eran de esos partidos que se juegan con la cabeza fría y el corazón en la mano.
Al Monterrey no le pasó ninguna desgracia, simplemente se enfrentó a un rival de su vuelo; no tan poderoso, contundente y espectacular para matar a latigazos despiadados a sus oponentes, pero “a lo Tigre”…. acechando siempre a su presa, sereno cuando se vio en desventaja y administrado en su poder. No humilló a la que a la postre fue su víctima, simplemente lo hirió de muerte de dos zarpazos y siguió de pie en la contienda, mientras la presa desangraba en cada intento por devolver los golpes, las ideas se le agolpaban en la cabeza y la presión del silencio en la grada lo aturdía, cuando se suponía que la visita era la que debía ponerse nerviosa. Y no.
Con excepción del primer minuto y medio, el resto de la primera parte fue de un tigre que no le sabe bien el platillo, si no le mete tres cucharadas de angustia.
Monterrey se la pasó jugando a vamos a tirársela larga al 7 y si jaló una vez, funciona catorce veces. Y no.
Funes se la bajó con el pecho a Dorlan y el morenito le puso el tiza al empeine y al rincón de Guzmán. 1-0 Tigres, a lo suyo, mover el balón de un lado a otro, y lanzando aguijonazos a discreción por aquí y por allá, hasta que Jonathan se olvida que iba de escolta de Vargas, lo pierde de vista y cuando acordó, el chileno ya estaba largando un zapatazo cruzado abajo para poner el 1-1 y…
Luego sería Meza, –el mejor de la noche– quien asestó un cabezazo, con el consentimiento de Nico Sánchez para poner la ventaja.
Para la segunda etapa, sacó del escritorio el profe Mohamed la segunda hoja del instructivo y decidieron llevar el balón por tierra, con un Cardozo más participativo, un Fuentes taladrando por sector izquierdo, hasta que le mandaron a que se ocupara de Damm y dejara de pisar el área de enfrente. Ya sin Basanta, que se lesionó con una finta de Valencia, pero con Fuentes, Rayados ganó presencia en la cancha de los amarillos, aunque los de casa no estaban del todo completos. Hurtado más que discreto, un Carlos Sánchez lejísimos del bravo mastín que muerde en toda la cancha, se luce casi todo el torneo y desaparece cuando más se le necesita.
Por Tigres, luego de Meza, el mejor fue Luis Rodríguez, pero en general, no hubo uno solo que desentonara; como una maquinita bien aceitada, sin prisas innecesarias, con un manejo bárbaro de la presión, hija de la desesperación que le aplicó Rayados, conforme avanzaba el crono.
Cuando Hurtado falló el penal, congeló a todos los azules; los de la tribuna y los de la cancha.
Ahí se acabó el partido…
Ya lo demás fue sacudirse algunos volados desesperados que con más coraje y orgullo que tino les lanzaban los del Turco. Y dejar que el reloj se encargara de grabar el nombre del nuevo campeón en la Copa del color del estadio que una vez más, una vez más, volvía a ver caer a sus muchachos.
El señor colegiado Fernando Guerrero hizo un arbitraje excelente.
Dificilísimo ver –a la primera– la apenas perceptible falta que sancionó como penal. Perfecto. Nada que reprochar a nadie.
Los que cayeron, lucharon dignamente y el campeón puede bordar una estrella más en su pecho.
La afición rayada puede estar orgullosa de lo que hizo todo el torneo su equipo y lo que intentó esta vez y la de Tigres más orgullosa que nunca de su franquicia y de sus héroes.
A nadie en Monterrey le importa que la Final solo importe acá… la envidia hace decir a los “especialistas” muchas tonterías
La afición regia de ambos equipos no se parece a ninguna, es como sus dos equipos, la mejor, ni siquiera es tema para discutir.
Así de simple… así de sencillo.