Estoy seguro de que no fui la única persona que padeció impensados ataques durante el cierre del año.
Desde mi perspectiva —¿de cuál otra podría ser, si no soy gobernante, es decir, adivino y portavoz de los pensamientos que me respaldan?—, fue atroz la descarga involuntaria de violencia en los últimos días del año.
¿De qué otra manera describiría la interminable serie de notas preconstruidas que expresaban intangibles conceptos, cuando su receptor necesitaba un abrazo, un escucha o una sonrisa especialmente dedicada?
Me refiero específicamente a los mensajes generales y lejanos que inundaron las redes sociales a propósito del fin de año, no a los de emisores conocidos y dispuestos a recibir una llamada de ayuda.
De las facilidades de la tecnología que disfrutaron entes cuasi anónimos para manifestarse como “buenos”, sin comprometer el sacrificio que eso demanda, podrán dar fe quienes esperaron que sus hijos tocaran la puerta, desearon la visita de un amigo o fueron incapaces de comprender afirmaciones de optimismo por saberse convertidos en escorias debido a la edad, prejuicios, enfermedades e injusticias.
Como puede resultar obvio, hay veces en las que el mal proviene de la intención de hacer el bien.
No me extenderé abordando el plano macro, pues aún estamos en fiestas y, en mi caso, me encuentro frente a la expectativa de recibir la Tarjeta del Bienestar, evidencia de una acción de gobierno que deseo sea sostenible para ser recibida por ti y todos los que como tú algún día serán adultos mayores, aunque hoy crean que su juventud es eterna.
De regreso al asunto central, quiero compartirte uno más de mis recuerdos, aunque como otros parezca surrealista. ¿Creerías que el ataque más violento que tuve en mi trayectoria laboral provino de una organización defensora de la paz?
Con la mejor intención de servir a la entidad federativa en la que trabajaba (ya ves, nuevamente el mal fue incubado por la intención del bien), atendí a una dama de vocación humanista, quien me planteó hacer al estado anfitrión de un evento mundial de organismos pacifistas.
La causa y sus repercusiones para una entidad muchas veces marginada de acciones vanguardistas me parecieron interesantes, por lo que informé al gobernador sobre ese acercamiento, obteniendo en primera instancia la simpatía del mandatario para recibir el evento propuesto.
Convoqué así a un grupo de funcionarios teniendo en cuenta su visión crítica y potencial relación con el acontecimiento, para reunirnos con la representante de la organización pacifista y analizar la posibilidad de aceptar la sede ofrecida.
Todo iba bien hasta que Pablo, agudo asesor a quien a partir de este acontecimiento llamo cariñosamente “enemigo de la paz”, descubrió que mientras teníamos esas conversaciones meramente informativas, en la página web de la asociación internacional aparecía ya hasta el programa del evento, en el cual, por si fuera poco, figuraban como ponentes en nuestro estado organizaciones consideradas terroristas en algunas naciones, participaciones que en nuestro carácter de funcionarios estatales debíamos hacerlas del conocimiento de la Secretaría de Relaciones Exteriores y el Senado de la República.
Te aseguro que no fue ni por miedo ni conservadurismo que en ese momento dimos por terminadas las negociaciones y pedimos se retirara de inmediato lo publicado. Se trataba de un asunto de respeto y conciencia como representantes de un todo institucional.
La última reunión tuvo un momento de cierto dramatismo, cuando se confrontaron las lágrimas de una persona que insistía en que reconsiderábamos nuestra decisión y la postura de un gobierno que sostenía que su obligación era actuar con base en razones, no emociones.
Poco tiempo después el gobernador recibió una carta firmada por el líder de la organización pacifista, en la que se me hacía pedazos mediante violentos términos y calificativos. Por supuesto, la misiva mantuvo al jefe del Ejecutivo al margen de la decisión del pernicioso sujeto que tenía en su gabinete.
Enterado el gobernador sobre el motivo de la cancelación del proyecto, la queja careció de repercusiones en mi persona.
Hasta aquí llega este día el espacio de la columna 100 de la serie “Recuerdos de una Vida Olvidable”, gracias a ti, Claudia, revisora e impulsora de este ejercicio.
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